En la historia de la humanidad es relativamente frecuente que gobernantes y presidentes de algunos países se “emborrachen” con las delicias el poder y, entonces, bien no quieran dejarlo o bien, una vez que han abandonado ese alto cargo, intenten en forma desesperada volver al mando o bien influir sobre los nuevos gobernantes para recuperar los beneficios perdidos.
Ese fenómeno es también conocido en los anales de la historia de Bolivia y los casos son numerosos y dignos de ser recordados, como el intento de Melgarejo, después de ser expulsado por una insurrección, de retomar el gobierno, cuando trató de dar un golpe preparado en Chile, en 1872, para derrocar al presidente Agustín Morales o el caso del expresidente Ismael Montes que se atrevió a dar consejos al presidente Hernando Siles en 1928.
En 1920, el caudillo Bautista Saavedra inició un gobierno populista (en sentido peyorativo y no económico), con notables características racistas y de discriminación social que originaron un estado permanente de inquietud social, desorientación histórica, gasto público, altos precios del estaño, etc. Ese gobernante que quiso prorrogarse en el poder, dejó el mando del país (1927) en manos de un prestigioso abogado, respetuoso de la Constitución y de la democracia, Dr. Hernando Siles Reyes (padre de Hernán Siles Zuazo).
Siles Reyes empezó su gestión tratando de reducir el poder económico y político de la oligarquía minera y latifundista, al mismo tiempo que buscó dividir a la oposición liberal-republicana con el objetivo de mantener su independencia, aunque no pudo conseguirlo en el primer caso, pues la llamada Rosca tenía bajo su control todos los aparatos del Estado. Siles debió también enfrentar grandes dificultades, como el levantamiento indígena de Chayanta, la agitación de grupos anarquistas (que se llamaban de izquierda), el ataque paraguayo a Fortín Vanguardia, etc.
En medio de esa agitación, llegó al país el expresidente Ismael Montes después de diez años de vivir en Europa, añorando con lágrimas en los ojos su época de oro en la presidencia de Bolivia y la prosperidad de su hacienda, Taraco. Volvía a Bolivia con grandes ínfulas de experiencias políticas europeas, de abogado, militar, estadista, saturado de ideas foráneas que podrían servir para “reorganizar” al Estado, poner orden, reponer su programa populista de gobierno, enseñar a gobernar, etc., más aún en momentos que Bolivia atravesaba una crisis económica por el colapso de Wall Street, caída del precio del estaño, la agitación del anarco-populismo, etc.
El prepotente Ismael Montes pidió, entonces, una entrevista con el presidente Hernando Siles, que le fue concedida. Después de los saludos protocolares de rigor, empezó una charla política que derivó en temas políticos, cuando Montes empezó a criticar y hacer sugerencias sobre cómo debía encarar los problemas. No solo eso, sino que con actitud autocrática de señor feudal empezó a darle consejos al presidente, que derivó en una demanda de rendición de cuentas, como si estuviese en su ayllu. Esa actitud del “jilacata” Montes rompió la serenidad del presidente constitucional que reaccionando con toda dignidad cortó el atrevimiento del caudillo liberal diciéndole: doctor Montes, usted ha olvidado que ya no es presidente de la República… ” y que había terminado su mandato en medio del repudio popular por el desgobierno que había realizado en tres oportunidades, sin permitírsele una cuarta reelección.
La reunión a capazos y la reacción del jefe del Estado significó un estado de guerra entre los dos personajes, que culminó cuando pocos días después, el Ministro de Gobierno hizo allanar el domicilio de Montes, lo apresó y, sin tardanza, lo embarcó y desterró en ferrocarril a Chile, hecho que solo recibió la indiferencia de la población.
Entonces en medio de la satisfacción pública, Siles Reyes siguió en el gobierno y rectificando la línea populista feudal y colonial que había impuesto Montes entre 1905 y 1920. “Hernando Siles, --lo describe Augusto Céspedes-- hombre más bajo que alto, una hermosa cabeza, con perfil de fina simetría y labios delgados… También en su manera de ser, a pesar de la precisión y claridad de sus palabreas, de timbre muy agudo, se presentía siempre algo de remoto y huidizo”.
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