Aunque parezca risible decirlo, cabría el dicho a que la pandemia trajo consigo la unión para los habitantes de la Tierra. No es otra cosa que unión en el dolor, las lágrimas, el luto y la desgracia une a familias, pueblos y naciones debido a los efectos del virus que causa miles de víctimas por día en diversos pueblos. Muchos países muestran en estos días discordia y división por razones políticas, cuestiones económicas, diferencias ideológicas y hasta diversos gustos en la alimentación; hay marchas y manifestaciones, protestas y descontentos que enfrentan a personas. No hay un solo caso que haya unido para curar una indisposición o un dolor de cabeza por causa del virus y todas las víctimas deben atenerse a las consecuencias de haberse contagiado. Hay unidad en el dolor y el luto y nada más. No hay una posición que haga desaparecer las diferencias y los antagonismos. La contaminación con el coronavirus aumenta de día en día y, si hay unidad es en los círculos científicos empeñados en descubrir posibles remedios o coincidir en un mismo tipo de vacunas; pero, ¿unidad en la población? Parece un bien inalcanzable porque las diferencias se dejan sentir.
Qué gran paso darían los pueblos si ante el virus se unieran deponiendo todo lo que los separa y divide; cuán constructivo resultaría que todos conformen un frente para luchar contra el mal; qué resultados positivos tendrían los pueblos encarando al virus y mostrándole unidad férrea y propósito de combatirlo, hasta con el “sacrificio” de cumplir con las reglas que obligan al uso del barbijo, a lavarse las manos, a evitar lo mínimo para evitar contagios respetando las reuniones y actividades que casi siempre son contactos masivos para expandir el virus. ¿Sería posible la unidad entre todos para tener una sola guerra que sea contra la enfermedad que, si no es dominada, ella cobrará más y más víctimas, como está demostrado en países donde se disminuyó los controles y se olvidaron normas elementales de conducta para el cuidado personal?
La pandemia puede ser un principio de solución para los enfrentamientos entre gentes y pueblo que no pueden sentirse hasta por cuestiones baladíes, absurdas. Son necesarias la armonía y la unidad, sin ellas se corre el riesgo de buscar al virus y encontrarlo para ser víctima y, como tal, transmitirlo a otros. Unidos, podemos desterrar al mal; separados, lo aceptamos de buen grado y nos ofrecemos como víctimas y, además, con el compromiso de ofrecerle nuevos sacrificios porque nuestras peleas e inquinas nos llevan a ir en contra de lo que debemos amar y comprender: nuestro prójimo, amigos y conciudadanos por quienes debemos luchar al hacerlo por nosotros mismos.
La pandemia parece que quiere aprovecharnos, aprendamos y aprovechémonos de ella para unirnos, reunirnos, comprendernos y conformar una sola fuerza que decida desterrar al mal y, de ahí, combatir a las “pandemias” que nos circundan o que tenemos “dormidas” en nosotros mismos y que es preciso combatir. Todos los hombres podemos alcanzar éxitos en la lucha contra el virus si es que así nos proponemos, pero, desunidos y sumidos en nuestros complejos y diferencias, no lograremos nada y sólo nos convertiremos en aliados de la pandemia.
En pocos días o semanas habrá vacunas contra el virus que serán colocadas en los sanos; los contagiados o enfermos, deberán seguir con los tratamientos luchando denodadamente al lado de médicos y enfermeras hasta sanar; no hacerlo será rendirse y aceptar el final con una resignación cómplice de la enfermedad.
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