Pocos dignatarios de Estado, según la historia, practicaron la austeridad en el país. Mencionemos como ejemplo al malogrado dignatario de Estado que murió en manos de la turba enardecida. Él era de origen humilde y como tal vivía en la humildad. Ducho en números, sin embargo. Por lo tanto, conocía, sin necesidad de asesores ni la mediación de tecnócratas, la realidad económica de su tiempo y de la nación. Vivía en ese vetusto caserón, llamado Palacio quemado, de la plaza Murillo, salpicado por la sangre de algunos presidentes, asesinados en su interior. Bajo su mismo techo fue ultimado por sus ideas e ideales. “El capitán no abandona el barco”, ciertamente. Que destino trágico, ¿no es verdad?
Esos pocos habían practicado la austeridad, que implicaba privación y sacrificio, sencillez y moderación. Habían desestimado el derroche, la ostentación y la frivolidad. Por lo tanto, vivían al ritmo del ciudadano común y sin vanagloriarse. Pensando en contribuir, de forma desinteresada y patriótica, al desarrollo nacional. A reducir la pobreza y extrema pobreza que lastimaba al pueblo boliviano. A buscar el bienestar para las mayorías excluidas. Inclusive en época de las transformaciones estructurales. Ellos mostraron insobornable conducta, al servicio de los supremos intereses de la nación.
Los demás, con honrosas excepciones, se entregaron a manipular, según sus intereses mezquinos, el futuro nacional. Endeudaron al país, a sus habitantes, ante organismos financieros. Distribuyeron bonos, en tiempos de vacas gordas, para evitar el descontento social. Es que hicieron del país su fundo; de sus habitantes sus lacayos; y de las arcas del Estado su caja particular. Pero sus rostros y sus nombres, para desgracia nuestra, conforman la galería de los presidentes. Que “hermosa galería” tenemos.
Vivieron a expensas del erario nacional, antes y después de 1982, año que retornó la Democracia. Despilfarraron con afanes políticos lo poco que tenía, en sus ahorros, la madre Patria, empobrecida, bajo el imperio de militares y civiles, que promovieron la dictadura y el llamado sistema de libertades, cumpliendo la directiva de fuerzas externas. Mintieron, en ese contexto, tratando de desinformar a la opinión pública nacional e internacional. Generaron falsas expectativas, usando datos alejados de la realidad. Un engaño colosal. Una conducta propia de los mitómanos.
Había un presidente, inclusive, que “chauchitaba” plata. Jamás se les pasó por la mente que ahorrar era sinónimo de previsión. Que ahorrando se podía encarar los retos más complicados del futuro. Que con el ahorro se podía ofrecer una mejor calidad de vida a los mayores y, asimismo, una educación acorde con las exigencias de los tiempos a niños y jóvenes. Se pudo labrar, quizá, un venidero con formación académica, o técnica, para las nuevas generaciones, que deambulan hoy en busca de empleo que, lamentablemente, se ha reducido por la epidemia del coronavirus.
En suma: la austeridad honra y ennoblece. Enaltece el espíritu altruista y aproxima al mundo de la solidaridad. En ese contexto debiéramos exigir de gobernantes y gobernados una cuota de austeridad, de sacrificio y responsabilidad, para enfrentar la difícil coyuntura económica. Y en lo posible, sin buscar chivos expiatorios.
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