Las cuatro ramas de la Inteligencia Emocional
Los dos creadores de la Inteligencia Emocional fueron los psicólogos Jhon Mayer y Peter Salovey (1990), que posteriormente haría mundialmente conocida Daniel Goleman. Mayer y Salovey definían la Inteligencia Emocional como aquella habilidad gobernar sentimientos y emociones, diferenciándolos, para utilizar estos conocimientos orientando los pensamientos y acciones individuales y propios.
Ellos plantearon un modelo de cuatro grupos, los cuales a través de una serie de estadios progresivamente más complejos describían lo que una persona atraviesa a lo largo de su vida.
LA PERCEPCIÓN EMOCIONAL
La percepción emocional consiste en percibir, identificar, valorar y, finalmente, expresar las emociones. Es la capacidad que permite detectar el material emotivo subyacente que se percibe del entorno y en uno mismo, ya sea en una conversación cotidiana, en una obra de arte o en una pieza musical. También se refiere a la capacidad para expresar las emociones y sentimientos adecuadamente, al igual que para discernir entre expresiones emocionales que se consideren verdaderas de aquellas que no lo son.
Si bien existen diversas categorías emocionales, se debe hacer hincapié en las denominadas “emociones primarias” o básicas, como: la alegría, tristeza, miedo, asco, ira y sorpresa. Posteriormente, también se deben considerar las “emociones secundarias”, que serían combinaciones complejas de las anteriores.
LA ASIMILACIÓN O FACILITACIÓN EMOCIONAL
Las emociones vivenciadas se integran en el sistema cognitivo, modificando e influyendo en la información que guarda el cerebro. Estas emociones se “anclan” a determinados pensamientos, dándoles prioridad frente a otros sin tanta carga emotiva y dirigiendo los procesos atencionales a aquella información relevante para la persona. Es por ello que, al sentirse feliz y sosegado, una persona puede observar la vida con un prisma optimista, planteándose proyectos apasionantes y rebosantes de ilusión. Por el contrario, al sentirse triste, la visión de torna más taciturna, se puede tener inclinación por pensamientos más catastróficos de uno mismo o del futuro, centrándonos en estímulos acordes al estado de ánimo.
La facilitación emocional no tiene que verse como una relación unidireccional donde un pensamiento con una determinada valencia emocional asociada conlleve a un estado o situación concreta. Puede ser a la inversa: determinadas situaciones o contextos pueden influir directamente en el estado de ánimo de las personas o indirectamente en su pensamiento.
LA COMPRENSIÓN EMOCIONAL
Como su propio nombre indica, supone analizar y comprender las emociones tanto propias como ajenas. Las emociones se encuentran en la base de la comunicación humana, estableciéndose así una unión entre el “contenido” del mensaje y el “contexto” en el que se da el mismo. También sería la capacidad para etiquetar las emociones, al igual que para reconocer las relaciones entre las palabras (significantes) y la emoción o sentimiento que subyacen a ellas (significados). Esta habilidad, requiere una interpretación de las emociones vivenciadas y/o percibidas, pudiendo discriminar entre ellas y comprender aquellos sentimientos complejos que se pueden dar en determinadas situaciones. Esto último, por ejemplo, podría encontrarse al observar sentimientos ambivalentes entre dos personas en conflicto (amor y odio simultáneo), al identificar una concatenación de emociones (al sentir impotencia y más adelante ira) o incluso otorgar un significado más profundo a una respuesta emocional incoherente (personas que, ante una pérdida, reaccionan con mecanismos defensivos, como reírse en un funeral, sin que esto signifique una ausencia de tristeza y congoja en su interior).
LA REGULACIÓN EMOCIONAL
Este estadio se considera la cúspide de la inteligencia emocional. La regulación de las emociones es el fin último de dicha inteligencia, proporcionándonos una adecuada gestión de los procesos emocionales y utilizándolos para promover el conocimiento tanto racional como emotivo. Esta habilidad permite tomar distancia de las emociones cuando perjudican en un momento concreto o, en cambio, atraerlas y utilizarlas cuando se considera que el momento lo requiere o dicho contexto permite expresarlas.
Una forma de regulación emocional sería tomar consciencia tanto del estado emocional del emisor como el del receptor, percibir esa desintonía de estados, y, finalmente, decidir si sería efectivo comunicar el mensaje en ese momento o, por el contrario, aplazarlo para cuando la otra persona se encuentre más receptiva. También aquí se encontraría la autorregulación emocional, en el que observamos en uno mismo determinadas emociones que nos dificultan a la hora de mandar y recibir mensajes o realizar interacciones, pudiendo proponer asertivamente mantener la interacción en otro momento, o bien, controlando el estado emocional, mitigando las emociones negativas y potenciando las positivas.