En 38 años de vida democrática, la pobreza no ha sido resuelta. Continúa su curso como en los tiempos dictatoriales de corte militar. Entonces, como bien se recordará, se estilaba el grito combativo de: “el hambre no espera, todos a San Francisco”. El costo de la canasta familiar subía día tras día y no había bolsillo que aguante la crisis. Ahora aquélla, desgraciadamente, fue agudizada por la cuarentena, que paralizó toda actividad comercial, industrial y de producción nacional. Hecho que provocó el despido de muchos trabajadores y, por lo tanto, se ha profundizado la desigualdad social, de manera inevitable.
No se redujo la pobreza, pese que vivimos el auge del gas. Cuando el barril de petróleo se cotizaba, en 2008, en 150 dólares, en el mercado internacional, el gas natural adquirió un precio extraordinario en nuestra historia. En 2013 fluctuó en 100 dólares. Entonces aún teníamos mucha reserva, como para llevarla fuera de las fronteras sudamericanas.
La exportación de ese recurso energético a mercados vecinos generó alrededor de 3.000 millones de dólares, a favor de las arcas del Estado, en la época del boom gasífero. Estamos hablando de los años 2006 y 2013, un período donde se evidenció el superávit, jamás visto en la vida republicana. Entonces nuestra economía estuvo “blindada”, como decían. Pero por breve tiempo. Luego vendría, a partir de 2014, la desaceleración. Una realidad preocupante, por su contenido devastador
En consecuencia: aqurllos ingentes montos de dólares, que nos ha regalado Dios y la naturaleza, mediante los recursos energéticos, en vez de haber sido utilizados en la lucha contra la pobreza, y la extrema pobreza, fueron empleados para levantar obras faraónicas y, asimismo, para cubrir el gasto público, que bordeaba los 4.000 millones de bolivianos por mes, durante los últimos años. De esta manera el dinero se nos ha ido, como el agua, de nuestras manos. Lo hemos derrochado, sin pensar en el venidero.
Y los políticos se han llenado la boca, hablando de justicia social. Dos vocablos que fueron pronunciados, con frecuencia, en un intento por congraciarse con sectores populares. Fue la frase más empleada por gobernantes y algunos aspirantes a cargos públicos. Quizá lo utilizaron para engatusar a incautos, porque no pasaron de los dichos a los hechos. Jamás se impuso la justicia social o el propósito de superar la desigualdad. Consecuentemente, la pobreza y extrema pobreza tienden a profundizarse en la actualidad.
En aquellos días no había la necesidad de imponer impuestos, con el fin de reactivar la economía, al minúsculo grupo de personas millonarias. ¿Qué necesidad había para atemorizarlo? ¿Qué necesidad había para que quiera sacar su dinero fuera del país? Ninguna porque, gracias al gas, nos llovían los billetes verdes. Y se hablaba del “milagro boliviano”.
Y de la bonanza nada quedó. Ella, por consiguiente, es parte de la historia económica boliviana. Los estudiosos se encargarán, más adelante, de analizar, interpretar y esclarecer, en detalle, esa situación. Pero hubo bonanza, generadora de nuevos ricos.
Ahora estamos en las mismas condiciones de siempre, con los ojos puestos en los organismos financieros internacionales. Buscando, inclusive, la condonación de la deuda externa.
En suma: sólo la unidad nacional, fundada en el entendimiento y la tolerancia de gobernantes, empresarios y trabajadores, nos permitirá reducir la pobreza y extrema pobreza.
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