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[Armando Mariaca]

La conciencia genera amor, unidad y verdad


Estudios profundos en los campos de las verdades religiosas y de los comportamientos de los pueblos, han establecido que es verdad incuestionable que “no hay mayor juez para el ser humano que su propia conciencia”. Y de ahí derivan las virtudes de cada persona que le permite actuar en planos que pueden convertirse en valores y principios, normas que se hacen condiciones imprescindibles para un vivir digno, honesto, honrado y responsable con la comunidad o colectividad en que se vive; pero, el hombre, soberbio y petulante, casi instintivamente rechaza todo lo que lo encamina debida y limpiamente por derroteros acordes con las urgencias humanas en armonía, paz y capaz de cumplir todo lo que hace a la vida.

El poder, sea político, económico o de cualesquiera naturalezas, casi indefectiblemente, es instrumento para que convicciones que hacen del ser humano amor y unidad, sinónimos de verdad , es medio seguro para que haya olvido o extravío de lo que hace digna la vida, cualidades que, con su continua práctica, se hacen costumbre de comportamientos porque son valores que obligan a respetar los derechos ajenos y considerarlos como propios; sin embargo, la falibilidad --la infalibilidad es atributo sólo de Dios-- humana es tan frágil que el poder da lugar a la presencia, por ejemplo, de una promesa de comportamiento ante quienes se muestra ese poder que, a muy poco, se demuestra lo contrario y surgen las amenazas, las posiciones intransigentes, los espacios en que hay mucho odio y revanchismo, las condiciones para las venganzas; a muy poco, retorna algún buen propósito y hasta se notan dosis de amor, pero, a poco, nuevamente la carencia de madurez, el ímpetu de darle brusquedad a lo que se dice demostrando petulancia e instinto por lo bajo, lo odioso, lo contrario al derecho ajeno. Esta es realidad que muchas veces hace a la política en que priman intereses y conveniencias sectarias partidistas o se hacen patentes las malas intenciones disfrazadas momentáneamente de buenas intenciones y propósitos en que primen el amor, el respeto y la verdad, tres virtudes imposibles de ser practicadas por quien, instintivamente, es inclinado al mal, al odio, a la diferencia y distancia a mantener en torno a lo que lo rodea. Casi similar conducta es propia del que tiene poder económico que cree que el dinero “domina todo, abre puertas del conocimiento, es muestra de fuerza y puede actuar dominando y haciendo abstracción de bondad y caridad, dos condiciones impropias de quien odia y sólo ama al dinero”. Ligeras variantes son “condiciones” de otras tenencias de poder porque cuentan con influencias, dominan situaciones, anulan voluntades y siempre están dispuestas a venderlo todo con inclusión de sus conciencias.

Quien adquiere poder político, por las muchas implicaciones que éste puede tener, está obligado a comportamientos diferentes a todos y, si realmente busca respeto y consideración de sus entornos, debe actuar con humildad, con decencia y altura, considerando tan dignos a los demás como puede considerarse él, sintiendo que en los otros están cimentados sus propios derechos, sintiendo que sus deberes se deben a quien hoy se menosprecia y rechaza; reconociendo y agradeciendo que el poder detentado no sería tal sino fuera por obra y confianza de quien cree y tiene esperanzas de que habrán comportamientos honestos y respetuosos por quien ha recibido el voto pleno de confianza y credibilidad del voto que es voluntad del pueblo y no es dádiva ni concesión graciosa del partido o de los llamados jefes.

La peor característica de quienes adquieren poder es que acrecientan su soberbia y petulancia al creer que todo lo pueden, que son lo máximo creado en el universo, que nadie está a su altura o nadie posee los conocimientos que él tiene; en su petulancia hace alarde de todo eso y con ello pierden autoridad y estima de sus entornos que, conociéndolos, no creen y sólo acrecientan sentimientos de rechazo y desconfianza. La soberbia es siempre mala consejera porque es contraria a los mejores propósitos e intenciones. ¿Cómo y cuándo será posible convencer a estas personas de lo errado de sus procedimientos? ¿Cómo inculcarles un mínimo de humildad para borrar de ellos esos complejos de superioridad? Es difícil conseguir que el soberbio entienda que la humildad es siempre superior a la soberbia que siempre es propensa al fracaso porque responde a malos instintos revestidos permanentemente de más orgullo y albergan sentimientos de rechazo a la humildad que la saben con moral y gran contenido de virtudes; la soberbia no puede estar a la altura de la humildad que es poseedora de virtudes que la soberbia rechaza

Las experiencias de una mayoría de personas demuestran que la soberbia es característica de quienes desconfían de todos y de todo porque el soberbio no sabe de humildad que es sinónimo de buena fe. El soberbio no sabe confiar porque él mismo desconfía de sí mismo y vive convencido de que todos mienten, engañan, disfrazan y muestran como verdad lo que es falso. La soberbia, pues, es parte de la personalidad de quien tiene poderes no siempre logrados por méritos propios sino por causa o razón de las circunstancias que imponen determinadas situaciones en la vida de las personas; pero, si esas circunstancias han dado poder a quien es humilde, ese poder será ejercido con humildad, sencillez, honestidad, honradez y responsabilidad porque sabe de estas condiciones de vida sólo quien sabe tener humildad, virtud que le permite rechazar el orgullo que, por acción del mismo poder, se convierte en soberbia.

Finalmente, es preciso comprender que la humildad, al rechazar a la soberbia, logra que la conciencia sea parte esencial y primigenia de la vida humana y sea la base sustantiva del amor, la armonía, la verdad y la unidad que son fundamentos de la libertad.

 
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Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
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