La libertad es la condición más preciada que tenemos los seres humanos. Dios nos hizo libres, y nadie quitará de nuestros corazones esa marca indeleble. Mucha gente a lo largo de la historia ha dado su vida por ella, y no dudo que lo seguirá haciendo en el futuro.
La libertad es también una condición sine qua non, para el progreso económico y social de los pueblos. Los pueblos que carecen de libertad, además de sufrir por su ausencia, están condenados al fracaso.
En mi forma de ver, esa entelequia llamada libertad se expresa en nuestra vida cotidiana de la siguiente manera:
1) En lo político se expresa en la democracia. Lógicamente que, en la verdadera democracia, la democracia de la Carta Democrática interamericana de la OEA, la que aprobaron por unanimidad los políticos del continente. La democracia que respeta los derechos humanos, el estado de derecho, las elecciones libres y sin fraude, el pluralismo de partidos y la independencia de poderes.
2) En lo económico se expresa en la economía no dogmática. Aquella economía libre, donde coexistan la empresa pública, privada, social y mixta, compitiendo en igualdad de condiciones, a favor de la economía y bienestar de la sociedad. La economía no dogmática es una respuesta clara a quienes siguen porfiando en el bizantino debate entre el Estado y el mercado. ¿Por qué motivo no pueden coexistir todos estos tipos de empresa? ¿Por qué permitir el monopolio de alguna? ¿Por qué no dejamos que el propio pueblo decida a quién comprar? Dejemos que sea el bajo precio y la alta calidad los que seduzcan a la gente, que no sea la decisión arbitraria de unos cuantos “iluminados”, la que limite su derecho a elegir. La economía no dogmática es un desafío a competir; los dogmas son una pésima compañía para la razón, terminan obnubilándola.
3) En lo social se expresa como el derecho que tienen todos los individuos de una sociedad a crecer en función de su propia meritocracia, sin ninguna otra condición. Es la posibilidad de que el esfuerzo propio lleve a un individuo al bienestar o al fracaso. Este derecho libera la potencialidad total de la sociedad, sumando a sus hijos al esfuerzo colectivo del progreso.
Las sociedades modernas tienen, en este último punto, uno de sus mayores desafíos: dar a sus ciudadanos la libertad, la educación y la igualdad de oportunidades, camino inequívoco para salir del subdesarrollo, encontrando la felicidad nacional.
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