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Ordenar y componer lo que precise el país


 

Una costumbre practicada durante muchas décadas por los gobiernos del país es que al asumir la administración del Estado, “hay que removerlo, reordenarlo y componerlo todo”; en algunos casos, se alienta el criterio, casi siempre equivocado, de “nosotros tenemos las soluciones” y generalmente, lo anunciado no se cumple porque cada funcionario considera saber y poder componerlo todo; así se aplica muchas veces la manía de “dejar hacer y dejar pasar” que tiene como complemento “ocasiones para la corrupción”. Es innegable que puede haber circunstancias en que se encuentre desorganización y desorden en algunas reparticiones o también que lo encontrado no coincida con los programas e intenciones de la nueva administración; pero no todo está mal y requiere cambios que se los puede aplicar conforme se requiera; mucho de lo encontrado está bien y responde a lo exigido en su momento y a circunstancias especiales que difieren con las actuales. Pero eso no quiere decir que hay que trastocarlo, reordenarlo y cambiarlo todo, ya solo por inquinas o resentimientos político-partidistas que para el manejo del gobierno de la nación deben desaparecer y porque ya no importa el partido sino el país, sin distinciones personales o de grupo.

La desunión y los desencuentros y hasta las confrontaciones a nivel de gobierno, de partidos políticos del gobierno y de una posible oposición no es raro que se presenten; pero lo importante sería que todos lo tomen todo con sentido constructivo y, mediante el diálogo, traten de encontrar los cauces de remedios que se requiera, sin actitudes condenatorias injustas ni prejuicios que solo malquistan a las personas y no dejan caminos despejados para dialogar y armonizar con hechos que luego, muy luego, sean causa de desavenencias que aprovechen quienes buscan crear conflictos o ciertas situaciones internas en el gobierno. Muchas veces, se puede encontrar motivos o causas para reordenar el país, para trabajar y actuar unidos prescindiendo de antagonismos y diferencias fáciles de resolver. Todo es posible si hay voluntad y deseo de ser constructivos, en pos de los intereses comunes que son los de la patria. Para cumplir ello, hay que dejar de lado la desunión y los intereses mezquinos porque lo que corresponde es buscar y encontrar la unidad de todos los bolivianos y dejar de lado los “reencuentros” que no son otra cosa que volver a pelear, después de un intervalo.

Las urgencias a fin de concertar acciones para concretar acuerdos y vencer dificultades, para alcanzar objetivos que impliquen unidad, concordia, armonía y superación de viejos antagonismos o diferencias, exigen renunciamientos y voluntad honesta y sincera.

Es urgente que quienes tienen las mayores responsabilidades –gobierno, poder Legislativo, dirigentes políticos, empresariales y sindicales-, tomen conciencia de que todos debemos renunciar a diferencias y odios partidarios, ya que hasta ahora se ha sostenido diferencias sin objetivo práctico alguno y todo lo hecho ha sumido en honduras tremendas a los protagonistas de causas que sabían perdidas. Llegaron los tiempos de abandonar intransigencias que agravan los males; es tiempo de que la serenidad y la ecuanimidad sean normas de conducta; es oportuno que los políticos que creen saberlo todo y poseen las soluciones para los múltiples problemas las den a conocer, pero con la condición de que sean realistas, prácticas, coherentes y que sirvan al país. El gobierno, por su parte, debe reconocer que no siempre sabe cumplir a satisfacción con la misión de servicio que tiene, que mucho deja hacer y pasar, que socapa a sus partidarios porque son “del partido”.

Esas conductas desilusionan y decepcionan al pueblo que sabe de buenas intenciones, pero no ve hechos concretos, que son rebasados por la demagogia y el populismo. Esas decepciones pueden ser enmendadas solo con un trabajo eficiente, honesto y responsable que, si el régimen practica, con seguridad que el pueblo responderá con dedicación, vocación y responsabilidad.

 
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