Algo más que palabras
“Pongámonos, pues, en buena orientación para percibir la estrella de la sabiduría”.
Nadie puede, en su caminar por la vida, disgregarse del oleaje de esta crisis de ánimo que nos está dejando sin verbo para poder soñar y, además, sin nervio para poder resistir. Necesitamos, por ello, con el umbral del naciente año activar nuevas emociones, fortalecernos unidos los corazones, puesto que sus latidos son los que verdaderamente nos harán progresar por el camino de lo armónico. En discordia todo se destruye y todo se desmorona. Sin embargo, un raciocinio conciliador con el análogo, constituye el mayor tesoro de fortaleza y la mayor grandeza de equilibrio y observancia original. Por consiguiente, si vital es el acercamiento común de unos y de otros para levantar la moral; igualmente significativo, para toda la especie humana, ha de ser esa vocación de entrega incondicional basada en la comprensión y en el entendimiento entre culturas heterogéneas. Sin duda, la desmoralización entre los moradores de los diversos continentes es hoy más palpable que nunca, en parte porque hemos destruido nuestros innatos vínculos naturales que nos unen y de los que no podemos prescindir. De continuar en ese afán de pérdida de humanidad, de confrontación permanente, el abatimiento será una situación poderosa, que nos acabará matando interiormente. La misma belleza es un estado de ánimo que merece la pena cultivar, pues una vida que no produce satisfacciones, tal vez carezca de salud, tanto de mente como de actitud. Pongámonos, pues, en buena orientación para percibir la estrella de la sabiduría.
Está visto que la quietud no puede convivir con la inquietud. Tampoco un hálito sosegado puede habitar con la violencia. Demandamos otros lenguajes que preserven la paz y que perseveren en dignificar toda vida. Comencemos pensando en otro mundo más equitativo, cuyas personas no se discriminen entre sí, y que realmente se comprometan en la consideración de los derechos y libertades para todos, así como en la creación de oportunidades en igualdad. Sea como fuere, es público y notorio que nada se consigue sin esfuerzo, pero ese arranque conjunto es primordial para cimentar una tierra, más celeste que mundana. Unidos, solamente juntos, es como podremos restaurar tantas causas perdidas, tantos abandonos y quebrantos de grandeza, lo que exige de nosotros autenticidad en el sacrificio de donación. Quizás tengamos que explorarnos más el alma para reinventar una vida nueva, más protectora de los débiles, ocupada y preocupada por los indefensos, dispuesta siempre a acogerse y a recogerse en ese soplo de buena voluntad, que es lo que en realidad nos alienta. Maduremos. Todos dependemos de todos. Nadie aislado puede subsistir por mucho tiempo. Desde luego, la mejor vacuna para ganar un buen perfil pasa por el esmero que pongamos en la concordia, en el cuidado hacia el desvalido y en el amparo hacia nuestra propia casa común.
Por ello, continuamente tenemos que estar cogiendo fuerzas y recogiendo vivencias, sin desfallecer jamás. La devastadora repercusión de la actual pandemia de coronavirus (COVID-19), tiene que habernos servido como lección, al menos para concienciarnos hacia otras prácticas de cooperación y solidaridad entre países y linajes. No podemos caminar por sí mismos, tampoco solos, se requiere de otro juicio en mejor disposición para dar rumbo al entusiasmo y crecer humanamente. Sabemos que el cambio de mentalidad no es fácil, pero cuando el empeño es colectivo, nada se resiste. No hay mayor entereza que el tacto entre nosotros. De ahí la necesidad de avivar los vínculos, desde el respeto y el sometimiento a reglas comunes, para poder avanzar hacia una nueva época de luz y vida para todos. No bajemos el ánimo, tampoco desviemos la mirada y nos crucemos de brazos, comprometámonos cada amanecer en ser precursores de una existencia admisible, lo que nos exige a cada cual consigo mismo, que el cuerpo y el espíritu vivan en perfecta conformidad. No hay como un ánimo gozoso, hace florecer la propia savia de uno y la de sus adyacentes. En consecuencia; felices los valientes, los que aceptan las caídas y las recaídas, levantándose para borrar las derrotas; y también los que reconocen las palmas, no endiosándose para tampoco cegarse en las miserias humanas.
Víctor Corcoba Herrero es escritor.
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