Bien se dice que para enfrentar positivamente los males que depara la vida, es preciso revestir al espíritu de fuerza y tenacidad. La humanidad en los últimos diez o doce meses vive con la angustia de no saber cómo librar la gran batalla contra el coronavirus que atacó, inmisericordemente, a todos los pueblos del orbe en una guerra que no tiene visos de terminar, porque en el día a día cobra más víctimas: unas hasta el extremo de la muerte y otras, una mayoría, postradas por los contagios que se propagan con gran contundencia, un extremo jamás sufrido en la historia.
El virus hecho pandemia que sume a las colectividades en posiciones de inanición e impotencia, no deja espacios para nada, salvo preocupación y angustias por no saber cuándo y cómo atacará para cobrar más víctimas. Ante esta situación, solo cabe revestir al espíritu de coraje, paciencia y fuerza que sirvan para consolar a la familia e imbuirla de valor con la esperanza de que la ciencia encuentre las medicaciones precisas para hacer frente al mal; pero si el espíritu está medianamente preparado, no ocurre lo mismo con los sentidos que sobreviven a las pruebas que significan el sufrimiento y hasta desesperanza que atacan conforme transcurre el tiempo.
Es preciso, pues, que a nivel familiar se inculque las virtudes de paciencia y buen humor, de persistencia y constancia, de fortaleza y esperanza de que todo termine o, por lo menos, amainen los sufrimientos y el mal no se descargue en el malhumor de las personas, cuyas consecuencias las pague el entorno familiar al que se ama profundamente. El espíritu tiene que ser de fortaleza y ánimo, paciencia y constancia para soportar a la enfermedad; tiene que ser reducto vigoroso ante embates no esperados, debe ser depósito de fe en Dios que es misericordia y bondad que aquilate el sufrimiento humano y lo revista de esperanzas.
Es urgente que en la familia, especialmente por parte de las madres, haya la transmisión precisa a los hijos para que se eduquen y formen espiritualmente para hacer frente a lo que pudiese venir y que la voluntad podría vencer por estar munida de fuerza, caridad y esperanza. La fe de los padres en una familia es vital para cualquier emprendimiento en contra del virus que siempre se mostrará implacable; por ello, todo el entorno familiar debe estar unido y fuertemente ligado a las virtudes que han conformado el conjunto familiar que se hace barrera infranqueable ante cualquier mal.
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