La pandemia del coronavirus ha devastado el empleo en la región y el mundo. Ha frustrado esperanzas y cambiado la vida de millones. Ha profundizado la desigualdad. Y se descongelaron, ante esta realidad, los discursos distraccionistas, que manejan términos de justicia social. De veras que estamos viviendo amenazados, arrinconados e intimidados por ese maldito virus de origen chino, que hizo su aparición al cierre de 2019.
“Llegamos a 2021 con el empleo en terapia intensiva”, sostuvo, a propósito, el director regional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Vinícius Pinheiro. La cuarentena, por el coronavirus, a julio de 2020, habría provocado una caída de 289.000 empleos, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Y a la fecha existirían alrededor de 400.000 personas desempleadas, según el presidente de la Cámara Nacional de Comercio (CNC), Rolando Kempff. Y se habrían perdido miles de fuentes de trabajo.
El índice de desocupados se ha incrementado, enormemente. Ello no se debió a la decisión gubernamental, ni empresarial, sino a la emergencia sanitaria que golpeó duramente al país y a su estructura de salud pública, desprovista de hospitales, profesionales y medicamentos. Sin posibilidades, en muchos casos, para prestar atención médica a quienes fueron infectados por el “enemigo invisible”. A ello se ha sumado el bloqueo de caminos que impidió la llegada de oxígeno medicinal a los nosocomios. Y como resultado de este panorama, vimos miles de bajas, que rebasaron cementerios y hornos de cremación. Inclusive se recurrió al entierro en fosas comunes.
Aquella fuerza social inactiva, por el momento, puede contribuir, debidamente, al desarrollo nacional, siempre que haya empleo, con salario que permita cubrir la canasta familiar. Ofrecer esta opción se encuentra en manos del gobierno y de la empresa privada. La alianza de estas dos instituciones ha intentado, desde hace algún tiempo, reducir el desempleo. Ojalá dicho intento continúe su curso en la perspectiva no sólo de generar ocupación sino de hacer realidad el bienestar social. En ese marco la conjunción de inquietudes debería esforzarse por profundizar sus proyecciones, en armonía con las aspiraciones de mejores condiciones de vida de los más desprotegidos. Pero practicando tolerancia, entendimiento y respeto, recíprocos, por el bien común. Y analizando, en lo posible, los incentivos que demandan los privados, para ese propósito, aspecto que fue ratificado, entre las conclusiones del Congreso de la Cámara Nacional de Comercio (CNC).
“En la agenda inmediata está la tarea de generar empleo para reponer las pérdidas que ocasiona la crisis”, puntualizó, del mismo modo, el presidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia (CEPB), Luis Barbery.
La cooperación externa debería jugar, asimismo, un rol protagónico en ese cometido. Recursos que llegan, bajo ese concepto, sean aprovechados, de una u otra manera, para crear ocupación laboral. Devolver, con esa actitud, la esperanza y las ganas de vivir a quienes fueron despedidos de sus centros de trabajo, por la emergencia sanitaria. Tratar de borrar los signos de angustia y desesperación que destruyen el ánimo de los que perdieron empleos. El coronavirus ha provocado el mayor desempleo de nuestros tiempos, colocando a los afectados al borde del hambre y la miseria.
En suma: sólo el esfuerzo mancomunado, de gobierno y empresarios, hará posible la creación de nuevas fuentes de trabajo, que permitirán restituir el bienestar social.
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