El ser humano, por principio moral y religioso, por ser la creación más perfecta de Dios, tiene derechos irrenunciables que están íntimamente ligados a su dignidad y son derechos a tener un trabajo compensado con un sueldo o salario digno y suficiente para solventar sus necesidades y de su familia, derecho al respeto y consideración de los demás que conforman su entorno familiar, de amistad o de trabajo; derecho a la atención a su salud, su educación, su formación cultural y al aprovechamiento de sus facultades creativas que lo hagan partícipe del desarrollo de la humanidad; derecho a sus prácticas religiosas y deberes con Dios y con sus semejantes; en fin, derecho a tener libertad y vivir en condiciones dignas que, a su vez, deben ser compensadas con su honestidad y sentido de responsabilidad al servicio del bien común del que es parte fundamental.
El derecho al trabajo sintetiza todo lo indicado porque el trabajo honrado y responsable acumula y agranda las virtudes del hombre, es el medio para alcanzar perfeccionamiento y mejorar las condiciones de vida de su familia. El trabajo es un medio para alcanzar respeto y consideración de su entorno y conseguir progreso y adelantos en sus labores, en lo que produzca o realice como resultado de su capacidad profesional o empírica que la práctica perfeccionó. El trabajo es, pues, instrumento para todo desarrollo y progreso que favorezca a la humanidad; es medio para combatir a la delincuencia, al narcotráfico, al contrabando, al consumismo, al hedonismo y a todo lo que complote contra el avance y perfeccionamiento del ser humano.
El trabajo es el mejor medio para que la economía sirva al hombre y sea desterrada la costumbre de que el hombre sirva a la economía, práctica de regímenes totalitarios o de extremas derechas o izquierdas que siempre han tenido culto por la esclavitud del ser humano y su sometimiento a reglas impuestas por socialismos o capitalismos ajenos a la dignidad, al decoro y a sentimientos del hombre que en todo tiempo deben ser respetados y apoyados. El avance industrial, la tecnología y la ciencia han caminado por derroteros muy diversos y han operado --especialmente en los países más industrializados-- cambios en las relaciones entre patronos y trabajadores; pero en muchas naciones no se ha considerado que el trabajo es realizado por el hombre que, en cualquier circunstancia y, de todas maneras, merece respeto, consideración, afecto y un trato digno inherente a su condición de ser humano e hijo de Dios.
El drama de los que no tienen trabajo y son dependientes de ayudas de familiares o entidades sociales; el dolor de los que buscan y no hallan medios de contribuir, trabajar, producir y hasta crear para el logro de beneficios que le permita solventar sus necesidades, es inmenso e incomprendido; el caso de los inhabilitados físicamente pero que tienen condiciones para trabajar y son rechazados es algo que lastima y deja profundas huellas de amargura. Lo grave es que generalmente, por ver solo las conveniencias económicas en grande, se ha olvidado la consideración a que sobre todo está el hombre, su dignidad y derecho a la vida.
Es urgente que todo gobierno se aboque, con honestidad, responsabilidad y conciencia de bien común, a la importante tarea de cambiar la situación de desesperanza de miles de personas, de los que pululan por las calles en pos de un trabajo y de quienes, aun teniéndolo, no satisfacen las necesidades de su hogar. Cualquier trabajo honrado y digno enaltece, cambia el estado anímico, da esperanzas y abre puertas de solución a quien necesita o precisa la alegría de trabajar, producir, ser necesitado o urgido para algo, poder ser imaginativo, creativo y útil; ser, al final, feliz de ofrecer a su familia medios para subsistir y cambiar situaciones difíciles en esperanzas de mejores tiempos y condiciones de vida.
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