Desde la tierra
Los mensajes son evidentes. Disfrazados de médicos- nada menos que de médicos en plena emergencia sanitaria- agentes del régimen cubano sacaron a la fuerza a muchachos en huelga de hambre. Su delito: protestar para tener más libertad de pensamiento y de expresión.
Recordé 1978, cuando la dictadura banzerista apresó a Luis Espinal, Domitila Chungara y decenas de activistas después de 20 días de huelga de hambre para conseguir la amnistía general e irrestricta. El gobierno acusaba a los ayunadores de “castrocomunistas”, como ahora La Habana acusa a los gestores culturales de “amigos del imperio”.
La revolución cubana conmemoró el 1 de enero un aniversario en una fase de decadencia. Lo afirmo, con absoluta libertad de conciencia después de décadas de defenderla frente a la agresión de Estados Unidos, citando a José Martí: «la felicidad de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes».
Cuando el régimen comunista mantuvo la censura a la prensa y no permitió fisuras de pensamiento crítico -así sea la protesta de Pablo Milanés- parecía que a Cuba no le quedaba otro método ante un poderoso vecino que no cesa de bloquearla y castigarla. En La Paz, por ejemplo, en los críticos años del periodo especial, los periodistas enviamos materiales de trabajo a colegas cubanos, todos oficialistas.
Después de estar sometidos a la presión estadounidense para romper relaciones con Fidel Castro, en los años noventa, los países de América Latina y del Caribe establecieron vínculos con Cuba en diferentes niveles y materias.
Sin embargo, la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela cambió la situación. De la mano del chavismo, manteniendo un perfil bajo, Cuba fue introduciéndose en la política interna de los gobiernos que seguían el llamado «socialismo Siglo XXI». El chavismo deformó todo cuanto pudo con la cantidad de dólares del pueblo venezolano repartido entre sus allegados dentro y fuera de sus fronteras. El esquema afianzó el poder político, pero dejó a los pueblos cada vez más hambrientos. De víctimas se volvieron victimarios, un nuevo polo de agresión.
Los bolivianos respetaron a los cubanos, población, periodistas, intelectuales, incluyendo políticos como Gonzalo Sánchez de Lozada, quien facilitó la búsqueda de los restos de Ernesto Guevara. Eso se acabó. La amistad boliviana no puede ser la misma después del rol de cubanos y venezolanos en torno a Evo Morales, Daniel Ortega, Nicolás Maduro.
Contemplar ahora la represión a los jóvenes del Movimiento San Isidro, muchos de extracción pobre, a los artistas y a cualquier voz disidente (escritores) con el pretexto de «ser amigos de Estados Unidos» es inadmisible. No merece respeto ese discurso. Martí decía que los pueblos que se someten son pueblos que perecen.
Hace ya años que escucho entre los jóvenes bolivianos su escaso interés por el Che y cada vez más cuestionan su llegada a Bolivia con soldados caribeños. Se preguntan (y nos preguntan) por qué vino y las respuestas de los años sesenta ya no les cuadran.
Son chicos educados bajo el masismo, pero a la vez con otras fuentes de información. No son derechistas ni imperialistas. Son estudiantes con la misma esencia rebelde de cada generación, pero que no aprueban matar para imponer ideas ni aceptan la censura a un rapero callejero. Abren así una visión que hace una década era impensable.
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