Jamás se me había pasado por la cabeza conocer al Nelson Mandela, el “Madiba” de los sudafricanos (“tata” entre los bolivianos), a ese hombre empecinado y corajudo que pasó 27 años en distintas prisiones, Premio Nobel de la Paz, autor de “Un largo camino hacia la libertad”, considerado un socialdemócrata, partidario del Nacionalismo Africano, y el primer presidente negro de Sudáfrica. Lo curioso es que no lo conocí en el África caliente donde transitó su azarosa vida, sino en una pequeña ciudad, la última en el sur de nuestro continente, donde ese mes de julio solo había nieve, hielo y frío. Fue en Ushuaia, Argentina.
La diplomacia ofrece ese tipo de sorpresas inimaginables, como encontrarse con monarcas, políticos, escritores, actrices de cine y teatro, deportistas, que las circunstancias del oficio hacen posible que suceda. A mí me sucedieron este tipo de encuentros con relativa frecuencia, aunque no tuve una misión en Naciones Unidas o Washington, por ejemplo, donde conocer a grandes personalidades, se puede dar con enorme frecuencia.
Corría el año 1998 y me desempeñaba como embajador en Buenos Aires, cuando se produjo la XIV Cumbre del MERCOSUR, para que los cuatro países miembros (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) y dos asociados (Bolivia y Chile) consideraran, entre otras cosas, la “cláusula democrática” en el Protocolo de Ushuaia, donde se reconocía la plena vigencia de las instituciones democráticas, desconociendo toda violación constitucional, mandato con que se sancionó a Paraguay y luego a Venezuela, que se había incorporado al Grupo.
El presidente Hugo Banzer y el canciller Javier Murillo llegaron a Buenos Aires en esa peligrosa cucaracha voladora que era el Sabre Line 001, único jet presidencial, con escasa autonomía y con muchas goteras, porque tenía 30 años de uso. Ya había “estornudado” varias veces en el aire con el presidente Banzer a bordo (yo me había sobresaltado con un corte en el sistema eléctrico en un vuelo acompañando al presidente Luis Alberto Lacalle, cuando debimos aterrizar en Asunción causando cierta alarma entre quienes nos esperaban en el aeropuerto montevideano).
Pues bien, el presidente Menem invitó al general Banzer y al presidente paraguayo Wasmosy a viajar hasta Ushuaia en el Tango 1, un inmenso Boeing (uno de los que utilizaban los mandatarios argentinos) que tenía desde un dormitorio para el presidente, comedor, mesas de trabajo y baños para sus invitados. Los demás mandatarios, Cardozo, Sanguinetti y Frey, se trasladaron utilizando sus propias naves. Banzer y Wasmosy, los más pobres, viajaron en un confortable living, mientras el presidente Menem se excusó y aprovechó su dormitorio para viajar descansando, lo que dio la impresión de que no tenía mucho de qué hablar con sus colegas.
Jamás pensé que el vuelo de Buenos Aires a Ushuaia fuera más largo que volar hasta Santa Cruz. En tres horas aterrizamos en un anochecer blanco. La carretera estaba helada, sin embargo, para sorpresa del presidente Banzer y sus pocos acompañantes, durante todo el largo trayecto se agitaban banderitas bolivianas. Era una cantidad de compatriotas, que, contra el frío extremo, recibían a su presidente. Él, emocionado e incrédulo, recibió a varios de los residentes con sus esposas, esa misma noche, y a sus preguntas le contaron que se dedicaban a la cría de carneros y a su esquila. ¡En el fin del mundo!
Fue en el hotel Las Hayas donde le estrechamos la mano al “Madiba”, centro de toda la atención de varios centenares de periodistas. Impresionaba su voz y su presencia. A los 80 años acababa de casarse con una mujer 30 años menor que él: Gracia Machel, activista en la lucha contra el hambre, que culpaba del drama a los gobiernos poderosos e insensibles. Esa vez Mandela aprovechó su presencia para reflexionar a los presidentes para que se reformara el Consejo de Seguridad de la ONU, donde tan solo cinco países tenían el derecho a veto, es decir que tenían la decisión de los temas mundiales en sus manos. Hoy mismo es un asunto que inquieta a buena parte de la comunidad internacional el que, transcurridos 75 años, los miembros permanentes sean los vencedores de la Segunda Guerra Mundial: EEUU, Rusia, Francia, Reino Unido y China.
El “Madiba” fue quien se “robó la película” y entre el frío y los glaciares cercanos, su palabra y su historia le dieron el calor necesario a esa reunión del MERCOSUR a la que tuvieron el acierto de invitarlo.
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