La vida diaria del ciudadano de a pie, entre las injusticias, inequidades, y desaciertos en los que incurren muchas autoridades, políticos, comerciantes, y otros -aunque no todos- tiene para él connotaciones problemáticas que afronta o encara estoicamente, con una paciencia a toda prueba. Al respecto, como muestra, están el accionar, en contra suya, de especuladores y agiotistas de distintos rubros y quehaceres, algo que lo golpea en forma inmisericorde, refiriéndonos por ejemplo a infinidad de negociantes de insumos de bioseguridad que esquilmaron los bolsillos del pueblo vendiéndole barbijos, alcohol para desinfectar, fármacos, y demás, a precios prohibitivos, sin ningún control y ante el azoro de quienes estaban siendo estafados y extorsionados. Pasó durante la pandemia en sí, entre julio y agosto del pasado año; pescaron en río revuelto y llenaron arcas con dinero mal habido, arrebatado sobre todo a la gente humilde. Hoy vuelven a mostrar sus “garras” y “fauces”, ante lo cual los llamados a imponer la ley deben extremar los esfuerzos necesarios para poner en vereda y tras las rejas a todo codicioso.
La población atribulada se pregunta ¿quién vela porque ello no ocurra?; ¿será que alguien podrá defender con tenacidad al vecino que resulta ser virtualmente desvalijado por esa gente sin corazón?; ¿dónde anda un “defensor” que tendría que velar por los derechos de todos?; ¿se debe tragar saliva por una virtual inexistencia de la justicia que debiera actuar al servicio de la sociedad en pleno, con la aplicación ecuánime e imparcial de las leyes? Y aunque no ha perdido la esperanza de que será atendido en sus demandas, también observa el abuso en el cual incurren los comerciantes que, llámense “mañaneras” u otros, en las aceras y vías públicas, luego de sus faenas diarias, dejan botados restos de comida, así como millares de bolsas de polietileno, cartones, etc., que bien pueden depositarlos en los contenedores. Ahí comienzan los taponamientos de los sumideros y alcantarillas que luego ocasionarán incluso tragedias.
Asimismo, se siente impotente respecto al transporte público que circula en las calles y avenidas de La Paz, puesto que muchísimos “minibuses” son para transportar carga y no así pasajeros; de ahí que tengan los vidrios fijos, o sea sin ventanillas que puedan ser abiertas para ventilar el interior. Cuando hace un calor sofocante, fácilmente, se infiere, tales motorizados pueden convertirse en medios de contagio no sólo del virus, sino de otras enfermedades. Al respecto, hasta hoy no hubo quién pueda velar porque aquello pueda ser remediado. Otro factor negativo que observa consiste en la no aplicación de las tan mentadas “medidas de bioseguridad” en la manipulación de los alimentos que son expendidos en las calles, pues bastantes vendedores dejan de lado la higiene y tampoco existe un efectivo control al respecto. En tanto, la insuficiencia de fuentes de empleo hace que individuos inescrupulosos aprovechen la situación con ofrecimientos de “trabajo” que no cumplen con las medidas laborales; son carentes de seguro de salud, y demás, lo que no deja de ser una explotación de hombres y mujeres a cambio de emolumentos paupérrimos. Alguien del Ministerio del ramo, sea de oficio, debiera ocuparse del caso. En fin, hay tantos y tamaños otros desfases que, al parecer, ya lo tomamos como algo normal: ¿estaremos todos “deschavetados” o “fuera de foco”?
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