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[Armando Mariaca]

Inutilidad de las huelgas


Las experiencias habidas en el país sobre huelgas, paros y “últimas consecuencias”, son tantas que no sería posible decir cuántas; pero, en todo caso, las habidas han dejado sabores amargos y decepciones en la nación. En el último mes, con el nuevo gobierno, aún no se ha producido ninguno de esos hechos negativos, pero es conveniente que el gobierno y la actividad privada estén preparados para enfrentar conflictos de diversa laya en cualquier momento porque no habrá muchas esperas para que surjan pedidos y exigencias “dando plazos perentorios para que se satisfagan antes del estallido de paros y huelgas que, se dice, no quieren los trabajadores” y menos los dirigentes “dispuestos al diálogo”.

La creencia de que la huelga es inicio de soluciones, es falsa, es contraria a cualquier razonamiento lógico porque, que se sepa, toda huelga, toda paralización de fuentes de producción, toda conducta que enfrenta a las partes son contraproducentes, ajenas a climas de paz y concordia, diametralmente opuestas a las intenciones de alcanzar soluciones a problemas y conflictos porque conlleva perjuicios, pérdidas no solamente económico-financieras sino pérdidas y quebrantos morales porque distancia a las personas, las hace inasequibles entre sí, surgen más desconfianzas y dudas, contradice declaraciones sobre unidad y entendimientos que, si los hay, son momentáneos, efímeros porque en las primeras instancias que se presenten se rompen vínculos de entendimiento y hasta amistad y, si se quiere retomar negociaciones, hay que empezar de nuevo, con nuevas discusiones y planteamientos que reparen inclusive las diferencias surgidas recientemente.

Las huelgas, si son contrarias al empresario, lo son mucho más para el trabajador hasta por una razón simple: el empresario tiene formas de enfrentar los quebrantos y pérdidas así sea recurriendo a créditos y amistades con posibilidades; en cambio, el trabajador si utiliza sus pocos ahorros los termina porque son limitados y, luego, no sabe a qué o a quién recurrir porque no siempre es sujeto de crédito y confianza; el trabajador, si gana ocasionalmente la confianza y el apoyo de sus compañeros, es nominal y puede torcerse en cualquier momento conforme a las circunstancias.

Las huelgas --muchas llegan al extremo más perjudicial y radical como es el bloqueo-- implican falta de producción, comercialización , rendimientos financieros, carencia de dinero para solventar gastos inmediatos, pérdida de clientela o mercado, peligro de que la producción se malogre y pierda consistencia o finalmente, si es perecible como la fruta, es desechable; el transporte deja de trabajar y quienes lo utilizan, fuera de cargar mercadería, trasladan a personas que se ven bloqueadas en su alimentación y todo tipo de necesidades; el fisco y las alcaldías dejan de percibir impuestos y, lo más peligroso, aumentan las desconfianzas entre partes y la buena fe se torna deleznable. Nadie podría negar que la huelga --un derecho amparado por la Constitución y las leyes-- es un medio para que los trabajadores busquen la solución a sus diversos problemas, cuando los diálogos han fracasado, y, además, consigan mejoras salariales o beneficios colaterales dispuestos por las leyes o por acuerdos ya existentes con los empresarios.

Innegablemente, las huelgas o paros de carácter general, han servido para reforzar protestas y condenar a regímenes totalitarios, a dictaduras o tiranías corruptas que abusaron del pueblo y sus instituciones y no han respetado los preceptos constitucionales, los derechos humanos y han hecho escarnio de los derechos fundamentales del país. Esas expresiones para reponer la libertad, la democracia y vigencia plena de las leyes, se justifica y merece el apoyo y participación del pueblo.

Las huelgas pueden y deben evitarse siempre que las partes --empresarios y trabajadores-- tomen conciencia de lo necesarias que son si es que fracasaron otros medios de conciliación y acuerdos; y, en segunda instancia, tener conciencia de sus consecuencias para ambas partes y para el país en su totalidad y adoptar, de todos modos, el camino del diálogo, de estudiar posibilidades de encuentros constructivos y prácticos, de conciliar ideas, criterios y remedios para las situaciones graves que se hayan planteado. No debe ni puede imponerse la fuerza, de las amenazas, de los extremos y de toda medida que siempre resultará contraproducente; deben tener primacía la buena voluntad y las ideas y criterios más claros y que resulten, en lo posible, permanentes y no circunstanciales. Dialogar, convenir, concordar y acordar soluciones siempre será bueno y constructivo; el diálogo es el camino expedito de la razón y no de la imposición, es la vía de vigencia del Derecho despejando el derecho de la fuerza que es anarquía y camino seguro al caos, la división y la discordancia permanentes.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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