Es muy fácil achacar los problemas personales en el ejercicio de la vida pública acusando a los otros (medios de comunicación, opositores, ciudadanía en general) y por otro lado crear una mitología en torno a los políticos actuales.
Por azares de la vida me tocó vivir en diferentes países enfrascados muchas veces en una polarización social. Mi condición de ser humano que descree de los arquetipos me hace repensar en lo fidedigno o no de los “acusadores”, los “culpables” y las “víctimas”.
Pero también hemos sido testigos hace poco un hecho inédito como el asalto al Capitolio por ciertos seguidores de Donald Trump, así como la devastada imagen de Julian Assange en medio de una turbulenta persecución judicial que tiene indudablemente un componente político, así como lo fue la actuación algo descerebrada del propio fundador de WikiLeaks.
Lo anterior, me sirve para formular un criterio personal de los hechos y los personajes. La política debe verse como el campo en el cuál interactúan intereses de grupo, empresariales, económicos; pero también emocionales y hasta instintivos. Por todo ello, cierta tibieza y distancia de opinión sobre los sucesos refleja madurez y tino.
Ya en cuestiones de fondo, un tiempo atrás hice el test político de Nolan, cuyo resultado indicó, como lo creía, que mis ideas fluyen en el ámbito del centrismo político y muy lejos del capitalismo salvaje, del autoritarismo y del comunismo. Y es cierto. No tan sólo porque descreo de la totalidad de buenos y malos; sino porque aferrarse a un posicionamiento coyuntural y silvestre reviste muchas veces formas de malinterpretación de la realidad misma.
Trump pasará a la historia como tantos otros presidentes del mundo: con pírricas victorias celebradas por su feligresía política, y con aciertos y desaciertos. Si hay algo que no entiende la población que se autodefine como perteneciente a la izquierda y la derecha radicales, es que el mundo no está preconcebido por nadie. El mundo, es decir, el hombre en el mundo, es creador de sueños, ilusiones y fantasmas.
Ni con Cuba ni Corea del Norte ni con ciertos actos repulsivos del mundo occidental, como las condiciones de los presos de Guantánamo y la Guerra de Vietnam. La posición política debería en todo caso enaltecer los valores de la libertad, el respeto pleno de los derechos humanos, y la igualdad de oportunidades --que no es lo mismo que el viejo sofisma de igualar a todos por imperio de la sinrazón--.
Por eso soy un escéptico de los políticos en general. Una vez, hace muchos años, un amigo y yo, hicimos un seminario en la Universidad Católica Boliviana bajo el sugerente y algo rocambolesco nombre de “¿Por qué quiero ser presidente?”. Ahí conocí en persona a Sánchez de Lozada y al candidato Costa Obregón entre otros. Paz Zamora se “chachó” del evento. Años después también tuve un cara a cara con Evo Morales y Luis Arce Catacora, en otras circunstancias, y con muchos ex ministros y ex autoridades de Estado de la así llamada derecha e izquierda política.
Afirmo sin temor a equivocarme que ninguno --salvo alguna excepción milagrosa que estaría todavía por demostrarse-- quiere ser presidente para sumergirse en un vía crucis y elevar su presión arterial.
El autor es abogado y escritor.
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