Con un margen de error superior hasta en un 6% y con indecisos que llegan al 20%, la primera encuesta conocida es apenas un indicador opaco de las iniciales preferencias para el próximo mes de marzo.
Por ello no tiene sentido hacer mayores pronósticos, aunque se puede vislumbrar que, salvó Cochabamba, en todos los departamentos se elegirá gobernador (a) en segunda vuelta, y que de los cuatro municipios encuestados (no hay datos de los otros seis) sólo en Cochabamba y El Alto hay tendencias mayoritarias claras. Habrá que esperar otras mediciones, que amaine la pandemia o que la postergación de las elecciones permita desplegar campañas, liderazgos y propuestas para que, en un ambiente menos incierto, los electores puedan calibrar bien las mejores opciones locales y departamentales.
Sin embargo, dos datos más de fondo se puede anotar, más allá de las peculiaridades de toda elección subnacional: El Mas no tiene cómo ni dónde replicar su mayoría electoral del 2020, no solo por el extravío de un “proceso de cambio” que se malogró en 14 años de corrupción y autoritarismo, sino porque al declinante liderazgo de Morales, lo acompañan la poca visibilidad de nuevos liderazgos y el bajo perfil de su gobierno. Es sin duda la única fuerza política nacional vigente, pero empezará a orillar su decadencia, si no encara de inmediato un proceso integral de renovación. Después de dos meses y medio ya no es prematuro afirmar que el liderazgo gubernamental es pobre y que, sin atinar a la formulación de respuestas más estructurales a las crisis, tampoco está dando señales de cómo retomará su modelo “social-comunitario”.
El discurso presidencial del 22 de enero fue una confesión de esa pobreza y el anuncio de una decadencia en ciernes. Machacar con lo de “golpe de estado”, atribuyéndole todos los males al “gobierno de facto”, apenas da para ocultar ante los militantes la caducidad del modelo original empantanado. Es cierto que el Mas no obtuvo antes victorias subnacionales importantes y, salvo su indiscutible presencia en la institucionalidad rural, hoy su fuerza nacional en casi todos los
departamentos y en los 10 municipios principales ya no aparece contundente. La figura de Eva Copa puede estar señalando el derrotero próximo de una base social popular que buscará y construirá
otros canales de participación y representación, de persistir la renuencia a la renovación y la práctica de un caudillismo declinante y distante de una estructura gubernamental que, más bien, podría alimentarse de ese nuevo impulso popular y generacional. Por lo demás, al conocido centralismo y antiautonomismo se suman las gestiones subnacionales del Mas que, salvo contadas excepciones, naufragaron en medio de la ineficiencia y la corrupción, por lo que es
improbable que desde lo local y departamental surjan posibilidades de recambio.
Sólo la ausencia de otra fuerza con vocación nacional está disimulando la decadencia oficialista y éste es el otro dato importante detrás de las cifras preliminares de la encuesta, sabiendo que la decepción del gobierno transitorio, el corto alcance de Comunidad Ciudadana y la reducida dimensión regional de “Creemos”, no pueden
confundirse con una vitalidad inexistente en un proyecto estatal – gubernamental que parece estar andando casi por inercia. Es ocioso hacer un recuento de las candidaturas no masistas que han aflorado, sin articulación nacional alguna, al impulso más bien de los deseos posiblemente bien intencionados de varias personalidades regionales. Una visión alternativa al Mas, si fue débil en las elecciones nacionales, es prácticamente nula en las subnacionales y parece evidente que de éstas no surgirán, por lo menos en primer momento,
los componentes básicos de una contestación estatal distinta. No tiene mucho caso ya insistir en la incierta proyección de esas “fuerzas” que
alcanzaron representación parlamentaria, ya que lo lamentable hoy es la limitada dimensión de gestiones locales y departamentales prolongadas y exitosas que, sin embargo, en 10 o 15 años, no pudieron construir liderazgos renovados ni labrar proyectos nacionales.
Los mantenidos reclamos de “unidad de la oposición” expresan solo una nostalgia estéril ante la inexistencia de un polo nacional al menos articulador de esa demanda, no muy audible ya en medio de la diversidad subnacional, donde un análisis más detenido revela la ausencia de un norte que vaya más allá del antimasismo, ausencia percibida por el ciudadano común que no vislumbra referentes nacionales. Pero esta constatación no puede ser contemplativa ni pasiva porque ya no es tiempo de lamentarse ni de mantener las barbas en remojo. Si por el momento, no hay posibilidades de rearmar los contenidos de la acumulación popular de inicios de siglo, al menos tratemos de generar contrapesos regionales que impidan que la decadencia oficialista devenga en la reiteración de crisis políticas que alimenten el autoritarismo, el centralismo asfixiante y el empantanamiento del país. No es bueno, ante la improvisación reinante, descalificar de inicio a todas las candidaturas. En casi todas las gobernaciones y en los municipios principales, hay liderazgos que pueden concentrar el voto opositor y con eso, al menos, se estaría dando un paso de reequilibrio democrático, sabiendo que es poco probable que radique ahí una construcción política mayor.
Por lo mismo, es posible que la elección subnacional, en su resultado final, se parezca a los datos de esta primera encuesta que denota no sólo dispersión sino una desorientación enorme, que está retratando el desafío ineludible del futuro inmediato y próximo que es el de asumir este momento electoral como un momento político de una transición más prolongada y donde lo viejo no sólo que ha vuelto, sino que no quiere renovarse, y lo nuevo testarudamente se niega a aparecer.
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