Segunda parte
En el país se vienen repitiendo voces que reclaman la promoción de los jóvenes al manejo del Estado, se exige un recambio generacional protestando contra el enquistamiento de los mismos políticos oficialistas y opositores y, sobre todo, del invariable ritornelo de los primeros en los puestos claves y más influyentes del Estado. En cuanto a este torno y retorno de los mismos la conjetura es de evidencia real e indiscutible.
En cuanto a la catapultación juvenil el debate está abierto. El partido de gobierno adolece del pecado original de la demagogia. No cabe duda que le reditúa aplausos y éxito en lo político, aunque es mejor calificarla como politiquería. La demagogia del MAS --sensiblemente contagiosa-- es una funesta huella que deja en el caminar del país y una de cuyas víctimas es el bien común. Su invariable demagogia fija en la Constitución Política de 2009 los 18 años de edad para postularse como legislador --apenas la mayoría de edad-- cayendo en un exceso e irresponsabilidad sin cuento. Este es el origen de la bullada promoción juvenil política.
No es malo propugnar el recambio generacional ni sustituir a los viejos políticos por otros jóvenes. El quid es saber determinar qué se entiende por juventud en el sentido histórico productivo o la “edad vital”; cuándo es apta para asumir como “generación histórica” de cambio. Los sociólogos y politólogos señalan, como hemos visto, que la etapa de la vida constructiva abierta a su impronta va de los 30 a 45 años. Si hemos de entender la demagogia como la adulación y empoderamiento a determinados sectores de la sociedad, no es otra cosa que un arranque que tiene más de propaganda y de apariencias empáticas y revolucionarias que de praxis.
Bienvenido será el cambio cuando nuestro país atesore jóvenes aptos como garantía y aval de una buena gestión legislativa y fiscalizadora. Poseer capacidad, honestidad y blindaje ante las seducciones será el camino expedito para un saludable recambio. En el día a día no vemos la escasez de estas virtudes del “divino tesoro” que debería ser la juventud. En suma, preguntamos ¿con quiénes hacer el cambio? Es lamentable y triste reconocer la gran falta, el gran vacío de nuestra sociedad que no cuenta con valores, con líderes juveniles dignos de una verdadera regeneración política. No hace falta decir que los adolescentes y jóvenes a nivel nacional y en la diversidad de clases se precipitan hacia extremos antisociales, no precisamente delictivos pero sí censurables, salvo excepciones. Sin duda, tenemos jóvenes brillantes pero no sin razón reacios a intervenir en la deprimente política de nuestros días. El MAS ha atiborrado la Asamblea Legislativa con jóvenes. Veremos si éstos son capaces de no caer en los vicios de los políticos tanto tradicionales como actuales. Democrates advirtió que “los jóvenes son como las plantas, por los primeros frutos se ve lo que podemos esperar para el porvenir”.
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