Las experiencias recogidas por el país desde el l0 de octubre de l982, cuando se retornó a vivir en democracia, son muchas y una de ellas es que se ha comprobado que el mejor medio de gobierno y vida de la colectividad es regirse por los principios democráticos. Sin embargo, los componentes del Poder Legislativo --senadores y diputados--, con muy pocas excepciones personales, han dejado recuerdos de comportamientos decepcionantes y nada acordes con lo que deberían haber cumplido siendo miembros del primer y más importante poder del Estado. Para la colectividad, testigo permanente de las conductas de quienes ocupan cargos importantes en la vida de la nación, senadores designados “a dedo” por su partido o jefe y no por el voto popular, al igual que diputados plurinominales, también designados “a dedo” por las conveniencias político-partidistas, han demostrado no ser convenientes para ocupar asientos o bancos parlamentarios (no “curules”, vocablo solo atribuible a los asientos de cardenales del Vaticano). Además, ellos han sido malos ejemplos para diputados uninominales, elegidos por el voto popular que, con poquísimas excepciones, igualmente tuvieron conductas decepcionantes por el hecho de que proyectos de leyes y otros documentos fueron aprobados por mayoría de votos, quedando anuladas las minorías y sin reclamo alguno. Esta forma de actuación del Legislativo es algo que no honra a la democracia, menos es muestra de equidad, ecuanimidad e imparcialidad y, por el propio prestigio del mismo poder, deberá reformarse, de tal modo que el Poder Legislativo debe ser integrado o conformado por quienes hayan realizado campañas mostrando merecimientos y capacidades, mediante el voto de la ciudadanía.
El Legislativo tiene que ser ejemplo y garantía de la democracia, de la vigencia perfecta de la Constitución y de las leyes; no puede seguir en condición de ser representación político-partidista porque debe entenderse que sus miembros, al ser elegidos por el voto, integran un Poder del Estado y sus partidos o grupos o instituciones que los han apoyado no pueden ni deben asumir propiedad de los asientos parlamentarios que ocupen; en otros términos, el partido o tienda política quedan para el recuerdo porque, al ocupar funciones legislativas, son componentes de ese poder y se deben solo al país, sus intereses y conveniencias.
Si la política partidista precisara ejemplos de comportamientos indebidos, tienen los casos en quienes han ocupado asientos o bancas parlamentarias que no han sabido honrar la confianza depositada en ellos y menos cumplir con el país y su Parlamento, pero han sido muy buenos para cobrar jugosas dietas y otros beneficios o viajar en cumplimiento de “misiones” partidarias.
Esos parlamentarios deberían ser puntales de la democracia y fortaleza de unidad del país, sirviéndolo y no sirviéndose de él.
Para el pueblo, testigo consciente y permanente de la conducta de senadores y diputados, habría que esperar que los posesionados recientemente trabajen efectivamente con honradez y responsabilidad, que respondan a la confianza del país y olviden sus compromisos de partido político con el que ya nada tienen que ver porque se espera que sirvan al país y no se sirvan de él de acuerdo con exigencias partidarias. El Poder Legislativo debe trabajar en coordinación con los otros poderes del Estado, hacerlo bajo principios y vocación de servicio y solo en concordancia con las urgencias y necesidades de la nación, cuya representación ejercen. Sus componentes deben desempeñarse con alta moralidad y cumpliendo principios de equidad y ecuanimidad, de honestidad y responsabilidad.
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