Ver llover desde el dormitorio o desde el escritorio sobre la calle o el jardín, produce una sensación placentera, hasta inspiradora, porque, ahora con el encierro obligado, no hay necesidad de salir a mojarse. Y los agricultores estarán agradecidos con el cielo, siempre que San Pedro no sea demasiado generoso y provoque pérdidas de cosechas en los campos. Pero, por otro lado, hay gente que maldice la lluvia, debido a que los canales de desagüe no funcionan o se saturan y los barrios se inundan dejando a los ocupantes de las casas en medio del lodo, salvando lo que pueden hasta que la lluvia cese y las aguas bajen.
Si a esto se suma la peste china que nos acosa desde hace casi un año, la situación se torna compleja. Y más difícil aún si a pesar del agua y del Covid, desde el lunes pasado se ha iniciado al año escolar. Las personas de los barrios alejados tienen que salir a las calles embarradas pese a la pandemia, porque el agua las expulsa de sus domicilios, pero, además, hay que llevar a los hijos de cursos presenciales a la escuela y el resto, pobres niños, estudian a distancia, desde sus hogares húmedos, sin maestros ni compañeros, que es parte esencial en la formación humana.
La temporada de lluvias pasará en dos meses más en toda Bolivia, aunque el Beni sufrirá enormemente y solitario como siempre las grandes inundaciones que se le presentan cada año, porque es receptor de las aguas que bajan torrentosas desde la cordillera paceña y mansamente, pero crecientes desde los valles cochabambinos y la gran llanura cruceña. Y es que la naturaleza no siempre es pródiga ni justa, porque a veces ahoga y arrasa los cultivos y otras, mata de sed al ganado y quema las plantaciones. En ningún lugar del mundo el agricultor puede tener la certeza de cómo se comportará el tiempo, por eso es un oficio tan sacrificado. Ni siquiera las grandes ciudades están preparadas ante los caprichos de la naturaleza. Madrid no sospechó jamás que este invierno la haría compararse a Moscú y que estaría bajo un manto de nieve y hielo que la bloqueó y le cambio la vida durante varios días.
Todos los bolivianos somos carnavaleros y ni qué se diga de los cruceños. Pero este será el primer año, desde antes de la República, que no se festejará. Tal vez durante la Guerra del Chaco no lo hubo, porque cuando la guerra con Chile sabemos que Hilarión Daza estaba en plenos festejos cuando fue tomada Antofagasta.
Pues bien, ahora con el coronavirus que cada día está más agresivo, ha sido correcta (aunque dolorosa) la decisión de la ACCC de suprimir la coronación, el corso, y la mojazón de la farándula callejera, que tanto amamos los cambas. No la vamos a ver a la hermosa y talentosa Reina Iciar I, tan solidaria con los necesitados. No habrá banda ni tamborita este año, ni remates donde Michi Antelo. Los Tauras, que hemos sido muy maltratados por la peste, tendremos que descifrar qué es eso del “carnaval virtual”, que suena a cuento. Porque yo no me veo contento oyendo banda por la tele, con mi casaca rojinegra, cachucha, pito y un balde agua, mirando peladas “virtuales”, solitario con un vaso de cerveza fría en la mano.
De yapa, sobre la peste que nos tiene enclaustrados a la espera de unas vacunas, que menos mal gestionó a tiempo el gobierno de Jeanine Áñez, se nos viene el gran vicio de los bolivianos: las elecciones departamentales (gobernaciones y alcaldías) que, de inicio, huelen a pólvora. Para la Gobernación cruceña lleva la delantera, con sobrado merecimiento, Luis Fernando Camacho, y le sigue en preferencia, según encuestas, el masista Mario Cronembold, chistoso, charlatán y bailarín.
El Municipio se presenta más disputado, porque, con un voto, solo uno de diferencia, se gana o se pierde. Angélica Sosa tiene muchas posibilidades por su larga experiencia, aunque hoy discutida. Las tiene Johnny Fernández (remedo de Cronembold porque se dice “pintudo” y le gusta la juerga) y no hay que olvidar a la enigmática Adriana Salvatierra del MAS, peleando con Roly Aguilera y con Gary Áñez, cubiertos los tres últimos con un manto que puede acarrear sorpresas.
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