El ex político inglés Winston Churchill en el inicio de la Segunda Guerra Mundial dijo: “Qué precio inmenso pagará la humanidad con esta guerra que cobrará la vida de inocentes”. Desde hace algo más de un año, el mundo entero soporta sufrimientos y angustias por causa del coronavirus con la muerte de miles de personas y por el hecho de estar contagiadas millones; un sufrimiento que colma cualquier cálculo y que, comparado con las vidas cobradas por dos guerras mundiales (l9l4–l9l8 y l939-l945) resulta mucho más grave porque los sufrimientos causados por las pandemias no pueden ser medidos y menos se puede cuantificar su gravedad. Las guerras tenían sitios definidos en los que se desarrollaban las batallas, se conocía la cantidad de muertos y heridos, se sabía de las inmensas fortunas gastadas, se tenía conocimiento de qué países estaban enfrascados en las luchas y cuáles se mantenían neutrales. Sin embargo la guerra contra el virus abarca a todos los países, compromete a la población mundial en su integridad porque debe estar preparada para enfrentarla en todas sus formas y en los momentos menos esperados, pero que viven llorando la muerte de seres queridos y tratando de consolar a los que están contagiados y no se sabe qué pasará con ellos. Todo, pues, es diferente y diverso en causar angustias, lágrimas y dolor; por otra parte, el virus puso de rodillas a toda la humanidad y pesan los peligros de graves crisis que comprometan la vida de pueblos, sean ricos o pobres.
¿Cuánto más tendrá que soportar la humanidad con un virus que se muestra implacable? ¿Qué calamidades a enfrentar dejará una vez que concluya? ¿Cuándo y cómo podrá la humanidad reponer los graves costos de la lucha contra el grave mal? ¿Qué y cómo verán amortiguados sus dolores quienes han perdido a seres queridos y seguirán lamentando la ausencia de amigos, conocidos y miembros de las diversas colectividades de personas que han soportado tanto dolor y angustia? Los interrogantes fluyen, pero las respuestas no llegan porque nada aún está definido ni parece que tendrá algún corolario por lo incierto de tanto sufrimiento.
Todo lo ocurrido es motivo, pues, para el entendimiento, conjuntamente los sentimientos más nobles que pueda abrigar el corazón humano, como comprensión y unidad entre los pueblos, que los dolores sufridos restañen las heridas y que las lágrimas vertidas por madres y mujeres que perdieron a sus seres más amados sequen en las mejillas y sean homenaje a los que ya no están físicamente, pero que en espíritu los acompañan.
Lo ocurrido y lo que sobrevenga tiene que ser ejemplo y valor para los renuentes a combatir al mal mediante el cuidado de sí mismos, que todos comprendan que al obrar como lo hacen, se convierten en simples transmisores del mal que seguramente caerá sobre ellos si persisten en la inconsciencia e insensibilidad. Si el valor fortalece los espíritus, éste debe ser acicate y fuerza para soportar nuevas pruebas, angustias y dolores porque las vacunas serán alivio y esperanza para los sanos, pero los contagiados tendrán que someterse a los tratamientos médicos, al igual que aquellos que ya se debaten ante las angustias causadas por el mal y solo esperan la misericordia de Dios.
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