Jorge Roberto Marquez Meruvia
En una conocida red social “M. Villa” nos daba a conocer una pequeña reflexión que titulaba “¿Los políticos son lo peor de la sociedad?” La respuesta que daba el autor era: “[…] no... Son iguales...”. Independientemente de la simpleza con la que se puede juzgar a los actores políticos, olvidamos que el accionar de la política va más allá de la moral. Sobre esto último, ya lo dio a conocer Platón y que fue recogido por Maquiavelo gracias a la Academia Platónica constituida gracias a Cosme de Médici. Ambos autores resaltan muy bien el ser y parecer y cómo los políticos pueden sacarle provecho a esto. Tal accionar no es del agrado de los defensores de la moral; aún no se han dado cuenta que la moral se aleja de la política con la llegada del renacimiento y la modernidad. La incomprensión de la política ha llevado a muchos al catequismo simplista de depositar todos los males conocidos en los políticos.
Al ser los políticos demonizados por los que son moralmente superiores, los afectados resultan ser los partidos políticos. Aunque esto no es nuevo y por más que no sean del agrado de la población los partidos políticos son altamente necesarios en una democracia. También constituyen junto con los sistemas de partidos un objeto central de estudio de la ciencia política donde los partidos son los protagonistas de los sistemas políticos. La democracia moderna tal como la conocemos es inimaginable sin los partidos políticos. Una de las definiciones con suma precisión sobre los partidos políticos nos la da Giovanni Sartori: “un partido es cualquier grupo político identificado por un membrete oficial que se presenta a las elecciones, y es capaz de colocar, a través de elecciones (libres o no), candidatos a cargos públicos”.
Es imposible negar lo importantes que son los políticos y los partidos políticos. Ambos conforman un solo cuerpo que independientemente de los programas de gobierno y sus respectivas ideologías son los pilares de la democracia. Deben ser competitivos tanto internamente como externa. La competición interna es el movimiento de las diferentes facciones que tiene un partido para tomar su jefatura y externo en elecciones contra otros competidores. El accionar interno genera nuevos liderazgos y hace que el partido se mantenga en el tiempo; la competencia electoral muestra su desempeño en las campañas. Es muy complicado que los líderes tengan buenos resultados electorales sin una estructura partidaria, ya que es el partido quien realiza el control electoral y tiene sus respaldos sobre la votación el día de la elección.
Los partidos políticos no son instrumentos que son conformados por amigos, sino que deben representar a gran parte de la población. Las oligarquías que son creadas dentro de los partidos no permiten el recambio de liderazgos. A esto se denomina la “ley de hierro de la oligarquía” y nos dice que de las distintas facciones que existen en una estructura partidaria, una es la vencedora y moldea el partido. Un ejemplo de esto último es el MNR bajo la jefatura de Gonzalo Sánchez de Lozada, que dejó de lado lo popular y a las grandes mayorías nacionales, convirtiéndose en una clase para sí, que dejó el poder en 2003 y que el partido pasó de ser uno de los más importantes del país en un partido periférico; por otra parte, Comunidad Ciudadana es una alianza con una élite a la cabeza de Carlos D. Mesa y Creemos de Luis F. Camacho no cuentan con una estructura partidaria capaz de realizar algo tan básico como el control electoral. Esto quedó demostrado en las elecciones generales de 2020.
Los políticos solos no pueden hacer mucho, los partidos sin líderes son siglas sin equipos de trabajo. Los dos deben complementarse. En el eje troncal del país quienes encabezan las encuestas subnacionales cuentan con fuertes liderazgos y con estructura partidaria. Ellos saben que la carrera electoral se gana con el trabajo en territorio y que terminará el día en que tomen posesión de los cargos como autoridades.
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