He sido siempre un amante de la música. A mis nueve años, tomé clases de órgano eléctrico, y tengo algunas pocas canciones que son ahora públicas en YouTube. Pero de esa afición musical no quiero escribir, porque somos muchos los que podríamos contar sobre ello.
Deseo ahora referirme a la música clásica, propiamente. Inundan en mi pecho, la Novena Sinfonía de Beethoven, el Adagio atribuido a Albinoni, el Concierto No. 5 para piano de Beethoven –y muy especialmente su segundo movimiento que es una constelación de eternidad y llanura fresca–. También inundan en mi pecho, la Polonesa Heroica de Chopin –que era también de gusto de mi abuelo paterno-, y cómo no, el Aria en Sol Mayor, y el así conocido “Jesús Bleibet Meine Freude”, de Johann Sebastian Bach. Muchos otros quedan en el tintero: la obra instrumental de W. A. Mozart, la ópera Turandot de Puccini, el Oboe de Gabriel de Ennio Morricone, etcétera.
¿Qué tiene de universal la música clásica? En primer lugar, la calidez de los instrumentos musicales, muy distintos a los de la música electrónica. Por otra parte, la enorme contribución al acervo de la humanidad en la talla de muchos no mencionados, como Haydn, Tchaikovsky, Brahms, entre otros.
Cierta inclinación por la enorme diversidad sonora en la vida ya madura, hizo posible un proyecto propio antes inesperado: la creación de una radio de música clásica durante 24 horas al día, que se transmite por internet. Y es que la música tiene una estrecha vinculación con otra actividad que desarrollé en los últimos años: la poesía. La musicalidad es esencial en este género literario. La primera vez que escuché el Concierto para piano No. 5 de Beethoven, comprendí o, mejor dicho, ratifiqué que la música es la expresión más elevada de las artes, y que en menor medida es comparable al sonido de una cascada, o a los versos de Pablo Neruda u Octavio Paz.
En estos tiempos de Covid-19 que azota al mundo con un dolor inexplicable en las mentes y en los corazones de tantos hombres, mujeres, niños y niñas, creo, sin temor a equivocarme, que el mejor antídoto contra ese quebranto social provocado por la pandemia, es la música.
Tengo un sueño en el futuro. Pronto cumpliré cuarenta y tres años, y mi gran anhelo es estudiar algún día musicología de manera formal. Ya empecé a leer, sin embargo, la obra magna de “Historia de la Música” de Della Corte y Pannain, y de igual modo, “El ABC de la Música Clásica” de Van den Hoogen. Mientras escribo estas líneas finales, escucho otra vez a J.S. Bach y Beethoven, y solamente puedo advertir que los grandes momentos de profunda paz y esperanza, son –al menos en mi caso– atribuidos a la música clásica.
El autor es abogado y escritor.
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