Contra viento y marea
Aleccionados hasta el tuétano, ni debemos descuidar ni tenemos que en ellos abandonarnos: el distanciamiento social, el uso correcto del barbijo y del alcohol, son medidas que no han sido inventadas por ninguna autoridad local, sino investigadas por expertos en enfermedades virales e infecto-contagiosas; por tanto, su uso tiene que pasar a formar parte habitual e indefinida de todos nosotros.
¿Pero ir a votar el domingo 7 de marzo por autoridades subnacionales, provistos de barbijos, alcohol de alta graduación y un distanciamiento prudente en nuestros recintos electorales, garantiza una protección segura para el ciudadano? Por supuesto que no. En primer término, nos encontramos ante un virus que para la ciencia no hay esperanzas próximas de que la termine de entender. Recuerdo perfectamente que, en el mes de marzo del año pasado, cuando todos (por lo menos en Bolivia) estábamos enterándonos de la existencia de este flagelo, nuestros médicos nos decían que en el fondo esto es una variedad de gripe por la que mucho no había que preocuparse; que la internación de un paciente con coronavirus era una posibilidad excepcional; que lo ordinario sería quedarse en casa cumpliendo ciertos protocolos que en catorce días lo aliviarían de sus malestares.
Entonces, varios médicos y algunos con enfado, sostenían que el uso del barbijo era solo para los enfermos; que los sanos no tenían por qué recurrir a ellos, lo cual nunca terminó de convencerme. Un poco más adelante, ya nos hablaron de las secuelas que puede dejar ser sobreviviente del COVID-19; y se quedaron cortos.
Nos encontramos a escasas semanas de la celebración de las elecciones subnacionales y hay un mayoritario clamor para el aplazamiento de ese acto. Y los motivos aducidos por gran parte de la ciudadanía son indiscutiblemente justificados. Estamos ante un rebrote mucho más letal que el del pico más elevado de la anterior fase de propagación masiva de la enfermedad; pero lo peor es que según estimaciones de quienes dicen saber sobre el tema, es que a, diferencia de la vez última, con probabilidad va a producirse una nueva oleada bastante más peligrosa por la mutación permanente de la cepa original, pero sin una desescalada de contagios previa. Eso, en buen romance, significa, más que una tercera oleada, una agravación –sin intervalo- de la ya espinosa situación que ahora estamos viviendo.
Una parte de la población boliviana, con motivo de las elecciones generales de octubre pasado, pedía una tercera postergación de ese evento, que finalmente no se dispuso, y con acierto por parte del Tribunal Supremo Electoral, porque las circunstancias eran distintas. Las proyecciones de varias semanas previas, eran de una disminución drástica en los contagios, y así ocurrió felizmente. La democracia estaba en la cuerda floja y había que dar por terminada una transitoriedad conflictiva. Las predicciones para este año no son tan alentadoras y en ese contexto, excepto al MAS que quiere monopolizar cuanto antes la administración del Estado, a nadie le interesa elecciones para tener un nuevo alcalde y peor un nuevo gobernador que en nuestro sistema político, es autoridad que pese a quien le pese, no es lo influyente que los instrumentos normativos que lo sustentan, podrían sugerir.
No existe una semana en que no nos enteremos de nuevos síntomas del virus chino y con certitud nadie sabe los vectores de su diseminación ni los riesgos de sus variables. Pues si entre lo último está que el germen está en la atmósfera, no hay distanciamiento que sirva, sobre todo si una parte de la gente piensa más en usar una mascarilla que haga juego con su cartera, que en si le ofrece seguridad. Si llegar a una unidad de terapia intensiva (de la que, según aggiornamento médico del medio, salen dos de cada diez con vida) ya no es tan excepcional como al principio, ¡por qué habría que arriesgarse a ello sólo por votar a favor de un candidato que semanas más o menos no va a cambiar sustancialmente nada! O no todos lo harán.
Augusto Vera Riveros, es jurista y escritor.
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