Uno de los más celebrados pintores de todas las épocas es, sin asomo de duda, Vincent Van Gogh, nacido en fecha 30 de marzo de 1853 en el pueblo holandés de Groot-Zundert, cuyo deceso, antes de cumplir los 37 años de edad, se produjo el 29 de julio de 1890 en Auvers, comuna francesa. Su estilo corresponde a la corriente posimpresionista.
El infortunio fue una constante en su corta existencia, por cuanto pasó sus días en soledad, indiferencia del ambiente y pobreza. Desempeñó varias funciones, desde aprendiz en una galería de arte, profesor auxiliar, predicador religioso y ayudante de librería, sin que hubiese demostrado interés por hacer carrera en alguna de tales actividades. Su vocación aún dormía.
En un desolado y miserable confín llamado Wasmes-Borinage (Bélgica), en calidad de clérigo apoyó a la gente, se identificó con sus aspiraciones y renunció a alguna facilidad que se le brindó en cuanto a hospedaje y alimentación, alquilando una choza similar a donde vivían los pobladores dedicados exclusivamente a la extracción de carbón. Dejó la prédica religiosa y empezó a trazar bocetos de la vida cotidiana, al calor de pupilas impregnadas de admiración y pena en extraña simbiosis.
Uno de sus biógrafos, Irving Stone, al describir los momentos amargos en la vida de Vincent en su obra Anhelo de vivir apunta: “No tenía trabajo ni dinero, ni salud ni fuerzas, ni entusiasmo ni deseos, ni ambición ni ideal, ¡no sabía qué hacer con su vida! A los veintiséis años había fracasado cinco veces y no le quedaba coraje para recomenzar de nuevo”. Todo ello a la larga sucedió en provecho del arte pictórico, aunque ciertamente la existencia de Van Gogh fue muy dura y sacrificada; habiendo tomado la decisión de hacerse pintor en 1880, debido a que en los trabajos que desempeñó en las filiales de la galería parisina Goupil y Cía, adquirió vastos conocimientos respecto a los movimientos artísticos clásicos y contemporáneos, apasionándose por el dibujo y la pintura. A fin de materializar este propósito de vida, en todo momento contó con el respaldo económico de su hermano Theo, dos años menor que él, constituyéndose en un verdadero Mecenas.
A partir de las cuatro de la mañana trabajaba en el pintado de cuadros, principalmente paisajes y retratos, hasta que oscurezca totalmente el día; estimándose que dejó 900 cuadros y 1.600 dibujos realizados. No obstante, en vida sólo vendió tres cuadros y a los seis meses de su deceso –es lamentable decirlo– también murió su hermano.
En febrero de 1888, Vincent abandonó París, ciudad en la que durante dos años pintó doscientos cuadros, y se fue a vivir a Arles atraído por la luz meridional y los colores cálidos del paisaje, aconsejado por su amigo Henri de Toulouse-Lautrec, con quien junto a otros amigos pintores alternó en cafés de la Ciudad Luz. En el nuevo lugar que fijó como residencia, alquiló el ala derecha de la famosa “casa amarilla” en la plaza Lamartine, donde recibió a Gauguin como huésped e inquilino sólo por dos meses, debido a que una noche discutieron en tono elevado y Gauguin tuvo que abandonar la vivienda, en tanto Vincent se enajenó y cortó la parte inferior de su oreja izquierda.
La pasión que abrigó en su alma por la pintura le demandaba mucha carga horaria, por lo que empezó a resentirse su salud con ataques que le ocasionaban la pérdida de memoria. En forma voluntaria se dirigió a una casa de salud, en la que trataban a enfermos mentales, recinto en el que continuó pintando. Salió del manicomio y trató de hacer vida normal, pero el 27 de julio de 1890 se disparó un tiro en el pecho y a los dos días falleció.
El médico y amigo de Van Gogh, Dr. Gachet, en el entierro expresó: “Nosotros, que somos los amigos de Vincent, no desesperemos. Vincent no está muerto. Nunca morirá. Su amor, su genio, la gran belleza que ha creado seguirá eternamente enriqueciendo el mundo. Siempre que contemplo sus pinturas encuentro nueva fe, nuevo sentido a la vida. Fue un coloso…”. El doctor Gachet plantó girasoles en la tumba, en recuerdo y admiración por la obra de Van Gogh.
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