El miércoles 3 de este mes la ONG “Radialistas Apasionados”, que tiene su sede en Quito, Ecuador, publicó lo siguiente en su web, bajo el título “Vacunas Covid-19: la gran mentira”. Dice: el escándalo de seguir protegiendo las patentes a costa de la vida de las personas. En los meses más duros de la pandemia, mientras las cifras de fallecidos aumentaban, los políticos y “profetas” nos animaban desde los medios de comunicación a confiar en que, como sociedad, saldríamos fortalecidos de este desastre. Pero tras un año de crisis sanitaria, la tan promocionada “nueva normalidad” se ha revelado como una gran mentira. La mayoría de dirigentes están más pendientes de salvar la economía que la salud de la población. El mejor ejemplo de ello es la producción de las vacunas contra la Covid-19. Es incomprensible que, con más de 2 millones de fallecidos y 100 millones de personas contagiadas, los países ricos, la OMS, la Unión Europea o la OMC no quieran obligar a las empresas farmacéuticas a liberar la patente de las vacunas desarrolladas para reducir los efectos del virus. Ilógico, además, en este caso ya que las y los especialistas insisten que hasta que la inmunización no sea global no podremos superar completamente esta pandemia (y sus próximas mutaciones). El dinero por delante de las personas, una vez más.
Quienes defienden el actual sistema de patentes y de propiedad intelectual argumentan que son medidas necesarias para fomentar la innovación y la inversión. Pero, atendiendo a los datos, no es más que otra gran falacia. Ya en 2017 Médicos Sin Fronteras publicó el informe “Un tiro justo para la asequibilidad de las vacunas: Comprender y abordar los efectos de las patentes en el acceso a las nuevas vacunas”, en el que demostraron cómo «las patentes pueden actuar como barreras a lo largo de los procesos de desarrollo, fabricación y administración de vacunas». A pesar de los datos, el establishment continúa desviando la atención del problema a una cuestión «contractual» o de «capacidad de fabricación». Esta estrategia, sin embargo, sólo es posible copiando a los “tres monos sabios”: no ver, no hablar y no escuchar (y nosotros le sumamos una más): No ver. Los países están firmando contratos secretos con las farmacéuticas. Los gobernantes han decidido que en este tipo de negocios la ciudadanía no tiene derecho a saber de qué forma se invierte el dinero público. Y así, las farmacéuticas mantendrán en secreto la pócima mágica de la vacuna por al menos 20 años con exclusividad para comercializarla. Luego indica “esta es una de las páginas del contrato publicada por la Comunidad Europea (CE) con AstraZeneca. Puedes revisar el contrato completo en la web de la propia CE”.
No Hablar: El argumento de la protección de las patentes como protección de la innovación tampoco es cierto. La mayoría de empresas ha recibido fuertes inyecciones de dinero público para el desarrollo de la vacuna, se valen de investigaciones realizadas en universidades públicas y usan los hospitales públicos para los ensayos clínicos. Para después establecer precios astronómicos para las vacunas y cobrar doblemente por ellas, mientras los Estados pagan sin rechistar. Como explican en Público.es «un informe de Salud Por Derecho, La inversión pública en I+D en Covid, muestra cómo la financiación pública está jugando «un papel crucial» para el desarrollo de medicamentos y vacunas contra la Covid».
No escuchar: En este primer semestre de 2021 se tiene que debatir la propuesta de India y Sudáfrica de suspender de forma temporal las patentes de las vacunas para el coronavirus. Es una decisión que tienen que tomar los países que conforman la Organización Mundial del Comercio. Si se aceptara esta petición cualquier laboratorio, público o privado, podría producir masivamente vacunas. Hay antecedentes en la vacuna contra el VIH/Sida y ninguna farmacéutica quebró por ello. Pero gran parte de los países que integran la OMC (los ricos obviamente) no parecen escuchar esta petición.
No parar de reír: Sí, sabemos que este monito no está entre los tres de siempre, pero es la sensación que nos queda. Aunque no hay una única interpretación para la leyenda de los tres monos sabios, una de ellas dice que era una invitación de las élites a que el pueblo (y sus gobernantes ahora) se rindiera al sistema: “no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción”. Además de eso, hay que aguantar que se rían en nuestra cara.
Las organizaciones sociales comenzaron también a movilizarse. Médicos Sin Fronteras cree que «los gobiernos deben tomar las medidas necesarias -incluyendo la anulación de patentes y otros monopolios, y la introducción de controles de precios- para garantizar la producción, el suministro y la disponibilidad de herramientas esenciales a un precio asequible para todos».
Es así que grupo de organizaciones lanzaron la campaña Pandemia sin fines de lucro para pedir a la Unión Europea que tome cartas en el asunto. La iniciativa denuncia que las empresas «no deberían tener el poder de decidir quién tiene acceso a tratamientos o vacunas, ni a qué precio», demanda que «La información sobre los costes de producción, las contribuciones públicas y la efectividad y seguridad de las vacunas y medicamentos debería ser pública»; hace un llamado a no permitir «que las compañías farmacéuticas privaticen tecnologías médicas cruciales que han sido desarrolladas con recursos públicos» y exige que «la financiación pública debería darse solo con la garantía de que el producto final tendrá disponibilidad y un precio asequible. No se debería permitir que el Big Pharma saquee nuestros sistemas de seguridad social».
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