Es innegable que las debilidades, ineficiencias e ineficacia de los gobiernos, no siempre se deben a las falencias que puedan tener los gobernantes sino, casi en su mayoría, a incompetencias e irresponsabilidad de los colaboradores de burocracias insensibles e ineficaces para cuya designación sí son culpables quienes son cabezas del gobierno que, al obedecer consignas partidarias o de adherentes circunstanciales, eligen y nombran personal que no ha sido sometido a exámenes y pruebas de eficiencia e idoneidad como debería ser. Esas personas que tienen compromisos personales o partidarios, hacen caso omiso a lo que significa la responsabilidad y honradez que están obligadas a cumplir. Son personas cuya meta es satisfacer ambiciones propias y de quienes los han recomendado o, en su caso, les han otorgado situaciones que debían ser honradas.
Es común que muchos de los gobiernos endilgan los yerros del régimen a la burocracia que trabaja con ellos y no hay la honestidad y decencia para confesar la propia culpa por haberlos incluido en el grupo de colaboradores. Es, pues, corriente que no se cumplan normas importantes de la institucionalidad para el nombramiento de personal jerárquico y menos del subalterno; en ambos casos, todo está supeditado al compadrerío, al interés y las conveniencias creados o a exigencias partidarias.
Las consecuencias inmediatas de todo el conjunto de yerros señalados dan lugar a interferencias o antagonismos que surgen en las diversas dependencias, donde no hay principio de autoridad y solamente priman intereses creados por los que se aplica la mala manía de “dejar hacer y dejar pasar”, ¿con la certeza o esperanza de que el gobierno termine su mandato o periclite por cualquier motivo?
Autoridades que sufren interferencias por parte de sus colaboradores son culpables de muchos de los yerros cometidos y éstas, amparadas en que han sido nombradas también “a dedo” y no por procedimientos institucionales, descargan sus faltas contra quien les dieron el cargo que tienen. Esta cadena de errores se repite y consigue el fracaso del gobierno que, ya tarde, cae en la cuenta de que paga por lo indebido en procedimientos que hizo al designar a quienes no debía.
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