Marcelo Paz Soldán
Un chico y una chica están hablando
Palabras nuevas que sólo ellos pueden compartir
Palabras nuevas. Un amor tan fuerte que separa sus corazones
David Bowie
Sebastián se despertó y vio que tenía diez llamadas perdidas de Monika. Dejaba su celular en modo ‘no molestar’, ya que cualquier sonido lo despertaba –uno de los efectos de la cuarentena había sido la hiperconectividad: los amigos mandaban mensajes o memes a cualquier hora del día–. No comprendía que podía estar sucediendo ya que la noche anterior, antes de irse a dormir, como todas las noches desde que había empezado la pandemia, hablaron por WhatsApp hasta tarde. Habían sido amigos desde niños, y nunca había pasado nada, solo una amistad que los seguía uniendo muchos años después de que su vida sentimental hubiera fracasado, llevándolos a rechazar cualquier posibilidad de rehacer sus vidas sentimentales. Compartían ese dolor.
Llamó de inmediato a Monika; podían ser malas noticias, como que alguien cercano se hubiera contagiado del virus. Sebastián no había podido ver a Monika en casi tres meses y no dejaba de pensar en ella. Ella contestó el teléfono al primer timbrazo; estaba de muy buen humor, alegre. A pesar de ello, Sebastián intuía que algo no estaba bien. Después de insistir, ella finalmente se animó a confesarle lo que estaba pasando por su cabeza. Le dijo, no sin sentir cierta vergüenza, que él podía sentir en su voz, que estaba cachonda. Necesitaba sexo simple y llano, del bueno, sin prejuicios. Una revolcada que la dejara tranquila, por que sabía que la cuarentena seguiría por un tiempo más con todas las restricciones que había hecho que las parejas que no vivían juntas disminuyeran su vida sexual a niveles casi invisibles.
Sebastián se quedó en silencio, sorprendido por sus palabras: Monika no era liberal, más bien reprimía todo deseo, ya que decía que para tenerlo se debía cumplir una serie de requisitos y exigencias y que sólo los animales lo hacían sin involucrar sentimientos. Pero ahí estaba, con una necesidad urgente.
Para él era la oportunidad de tener, finalmente, algo con ella, aunque también, debía admitirlo, era consciente de su propia necesidad. Intuía que vendría el ‘pero’. Y vino. Monika le dijo que necesitaba la seguridad de que él se protegería, de que ella estaría a salvo. Lo primero que pensó Sebastián era en preservativos, así que le dijo que se quedara tranquila, tenía algunos escondidos en los bolsillos de sus ternos, todo estaba bajo control. Hubo una risilla de parte de Monika y le dijo que no se refería a preservativos, sino que quería que él no la viera mientras lo hacían; quería pensar que él era otra persona, que era un sueño, que era un extraño, que no era cierto a pesar del placer que pudiera sentir. El silencio nuevamente se hizo en Sebastián. Él le dijo que no sabía a que se refería, pero que la llamaría hasta el final de la noche para hacerle una propuesta que pudiera animarla. Ambos se rieron y colgaron.
Pensó todo el día cómo podría convencerla, hasta que creyó encontrar la solución. Llamó a un amigo fanático de las motos y le pidió que le prestara dos cascos; cubriría los visores con protectores de plástico que se utilizaban para protegerse del virus. El amigo le dijo que le prestaría, pero que debía darle unos pesos por las molestias que eso le causaría.
Sebastián llamó a Monika en la noche y le contó la solución a la que había llegado; a ella le encantó la idea. Decidieron verse en un parque, un domingo a medianoche, a mitad de camino de donde ellos vivían. Ahí, en medio de la noche, tuvieron sexo por primera vez. Mientras lo hacían, ellos se imaginaban que estaban en otro mundo, cerca de las estrellas; por los cascos que llevaban puestos, no se podían reconocer: eso les daba la seguridad de que al día siguiente seguirían hablando como si nada hubiera sucedido.
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