Clepsidra
Volviendo a aducir sinrazones descolonizadoras, y con una intolerable pertinacia vernácula el Gobierno de turno ha vuelto a plantear la necesidad de realizar unos cambios en nuestro escudo nacional, sin asidero o fundamento racional que lo justifique. De esta forma, un trozo de tela llamada “Chakana”, muy parecido a una colcha de retazos, o a un saco de Aparapita, sería el símbolo que suplantaría nuestro escudo nacional.
A través de los tiempos, el diseño y diagramación de nuestros emblemas patrios ha obedecido a una larga, como traumática discusión entre espíritus traviesos que nunca pudieron ponerse de acuerdo y menos estar satisfechos con una “versión final”. De ahí, que ésta no sería la primera, ni la última vez que una autoridad circunstancial pretenda ingresar a la historia, (natural por supuesto) sucumbiendo a la tentación de presidir el segundo centenario de una Bolivia desfigurada, tanto en su nombre; en sus costumbres; como en sus símbolos patrios.
Ya en una gestión presidencial anterior, sin que medie razón o motivo alguno, se dispuso la reforma de nuestro escudo nacional, con la introducción de cambios como el de la alpaca por una llama; el árbol del pan por una palmera; la Casa de la Moneda por una Ermita; y el hacha de carnicero, que engalanaba la tangente derecha superior, por una de piel roja o Tomahawk; reformas que a nuestro emblema patrio, al contar con tantos símbolos y estridentes colores lo hacen, cada vez, más exuberante y recargado que un cajón de sastre.
Casi nada escapó a la estricta requisa presidencial en su afán de dejar su legítimo sello personal en ese “histórico cambio”. Sin embargo, tales enmiendas dejan siempre un sabor a poco y nunca llegan a satisfacer a plenitud las expectativas de los reformistas y mucho menos de los mitómanos de todos los rincones del actual Estado plurinacional, pluricultural, multilingüe, y folklórico. De ahí que el afán de querer añadirle algo se haya tornado maniaco compulsivo.
De esta fiebre reformista no estuvo exento el escudo de armas de nuestra ínclita ciudad de La Paz, sugerida hace siete años por el exgobernador Cocarico, con esos mismos devaneos de predestinado, al pretender transformar la divisa legada por el rey de España Carlos V a La Paz, bajo el argumento de tener un carácter colonial, y sugerir que tengamos que diseñar otro que nos identifique mucho más.
En esta ocasión, el supremo comandante del departamento ha sugerido cambiar el escudo de armas del departamento de La Paz, creado en 1555, o hace 466 años para ser exactos, eliminando el yelmo que tiene en la parte superior y reemplazándolo posiblemente por un lluchu o, en el mejor de los casos, por un casco de minero. A su vez, la paloma que remata dicho casco y lleva en su pico un ramo de olivo, suplantarla por un chiwuanco, con una hoja de coca. El león que aparece en el cuartel central, enfrentado por un cordero, deberá ser substituido por un brioso Rottweiler que, en actitud desafiante, amenace a un gato neoliberal. El coloso Illimani y el río Choqueyapu, flanqueados por un moderno teleférico permanecerían inconmovibles.
Ojalá sea la última esta fiebre innovadora, pues, si seguimos cambiando arbitrariamente nuestros símbolos nacionales y/o departamentales, más temprano que tarde nos toparemos con que faltan: un ekeko, una wiphala, un anafe, un trompo y tal vez, una bota de caporal. De ahí nuestra desesperación y la apremiante necesidad de clamar a gritos: ¡Dejen de hurgar nuestro Escudo!
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