La espada en la palabra
Desafortunadamente, la gran mayoría de la sociedad, aquí y en la mayor parte del mundo, carece de espíritu crítico; los pensadores son pocos. La sociedad tiene un velo intransigente o de la ignorancia que le impide apreciar con certitud las cosas como realmente son. Este es un rasgo casi general de las sociedades, pero lo es más de las sociedades incultas. En ellas, más aún cuando las rigen gobiernos populistas, la palabra progresismo se cree sagrada y casi todos se ilusionan fácilmente porque dicen estar en el sagrado camino de la descolonización y la libertad. Pero basta que suceda alguna polémica pública más o menos bochornosa para que se desnuden las taras y los complejos más arcaicos y conservadores que no las dejan progresar.
Hace poco, han ocurrido en nuestro país dos hechos de más o menos esta índole. El primero está referido al remplazo que pretende realizar —sigilosa y astutamente— el gobierno del MAS del escudo nacional de armas, por la cruz andina en el membretado de la papelería oficial. El segundo, a la indignación que despertó en algunos —o muchos— sectores de la población la declaración de una cantante cruceña, que dijo sin pelos en la lengua que Uyuni es una ciudad muy muy fea. En las siguientes líneas trataremos de analizar, grosso modo, ambos hechos y sus consecuentes efectos en la mentalidad boliviana.
A mí en particular, no me molesta el intento masista —por demás evidente— de remplazar el escudo de armas boliviano tanto porque me sienta profundamente identificado por él, cuanto porque es un intento descarado de tapar, reescribir y, finalmente, falsear la historia. La simbología cala en la mentalidad de un pueblo, más aún cuando éste carece de una opinión pública despierta y de un espíritu crítico. El intento, obviamente, tiene por objeto negar el pasado “republicano” e implantar en las nuevas generaciones un nuevo relato histórico. Ahora bien; demuestra la historia que intentos parecidos como la Revolución Cultural china o el mismo estalinismo, no fueron exitosos. Al final, siempre gana la verdad y los historiadores exhuman lo que en realidad fue el pasado. Pero lo que me preocupa es que este tipo de expresiones (como el reloj del Congreso, puesto al revés), además de ser risibles para el mundo, delata un complejo de negación con la historia, de resentimiento ante el pasado, muy peligroso para la civilización social general. Por otra parte, los patrioteros que exigen la reposición del sagrado escudo tricolor y exaltan símbolos patrios, deberían darse cuenta del trasfondo verdadero que conlleva el asunto, y no exigir el emblema tanto por una razón de índole fanática cuanto por el peligro atrófico social que supone su ausencia.
El otro caso (el de la cantante oriental) también es harto revelador. Pienso que ni la moderación ni la cortesía son palabras que podrían describir la verba de ella, pero de eso a que se le deba hacer un proceso legal por haber dicho algo que, al menos para quien escribe esto, es relativamente evidente, hay muchísima distancia. Me solidarizo con los lugareños que sintieron heridos sus sentimientos y acaso mancillada su dignidad por las duras palabras de la forastera, pero lamento decirles que ni jurídica ni racionalmente hablando se puede seguir un juicio a alguien por decirle feo a algo o a alguien. Simplemente no tiene sentido. El honorable alcalde de esa digna urbe debería saber esto. Y la cantante debería ser simplemente más cortés y quizá más culta.
Estos dos hechos, el del escudo y el de Uyuni, nos revelan las mentalidades muy conservadoras que se ocultan bajo el velo de un supuesto progresismo descolonizador o liberal. El progresismo ha logrado algunas obras, pero tristemente no las mejores. Y el liberalismo es sencillamente una meta todavía en una lontananza remota. La sociedad boliviana sigue afincada en su ortodoxia provinciana, que es, a final de cuentas, la que desde hace mucho tiempo no la deja progresar.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.
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