Es falso y de marcado tinte político descargar en la Colonia todos los males que padece la sociedad boliviana. Esta postura se acomoda a una moda “descolonizadora” de hace algún tiempo --estribillo más que otra cosa-- tratando de revestir esta versión con ropajes ideológicos o de tinte indianista.
Esta suerte descolonizadora viene a tono del momento político y opera a modo de anzuelo para promociones personales. Todo período histórico no es unívoco de virtudes y/o defectos y no tiene que ser de un rostro absolutamente agradable o todo lo contrario. En mucho depende del lente con que se mire. Por ello, denostar a la Colonia con generalizaciones es caer en flagrante injusticia, como lo es extenderlas a la República. A ésta se le debe el no fácil asentamiento nuestro como entidad nacional independiente, batallando con los vecinos geográficos y con las no menores adversidades internas.
Los ensayistas del subitáneo anticolonialismo --asumiendo actitudes doctas-- aprovechan la fácil veta que se les ofrece para darle apariencias de profundidad que, trascendiendo inclusive nuestras falencias políticas, administrativas y de la justicia, pretenden adentrarse en la epistemología y la filosofía de una pretendida colonialidad, sería una especie de espíritu que más allá de herencia colonial conformaría la mentalidad de la sociedad boliviana, incluido nuestro desempeño civil, y de lo cual no se salvarían los estratos indígenas.
Este supuesto contendido innovador ha sido acoplado advenedizamente en un difundido programa radial de los fines de semana. Deviene trasnochado por que la descolonización lleva lustros de elaboración en algunos organismos de la ONU, tema siempre tallado bajo un instrumento de acusado sesgo político. Tal denuedo surge como una especie de báculo para los países de emancipación más o menos contemporánea del coloniaje europeo en África y Asia, al paso que resulta de escasa utilidad de las naciones latinoamericanas que confrontan 200 años de independencia, aunque en algunas --que no es precisamente la nuestra-- pueda aún ser necesaria.
Nuestra realidad político-social datada algunas décadas atrás con rasgos evidentes y que están a la vista de propios y extraños es un rotundo mentís al estado colonial subsistente en nuestro medio, salvo en la propaganda política apelante a este recurso en función demagógica. Su puesta en tablas escénicas será para solaz de un mismo público archiconocido cargado de mucho más folklore que de profundidad. Sin duda, surge de algún instituto o seminario de la Universidad pública en alguna carrera social a fin de justificar su existencia. No sin que falten sus oficiantes u oficiosos. Veremos hasta dónde llega.
Previo a los presuntuosos devaneos del expositor radial, la seriedad académica le exige un ineludible estudio antropológico de los componentes raciales y sociales que conviven en Bolivia. Si es así, le conducirán, de seguro, a encontrar las matrices de los verdaderos lastres que arrastramos y que traban en gran medida nuestra convivencia armónica y de una plausible futuridad. No es desconocido --aunque sí es un tabú-- que la Colonia en el Alto y Bajo Perú desarrolló una política de convivencia incontrastable con las etnias originarias del occidente de estos territorios. Basta considerar su abundante población y demás factores inherentes en relación con las colonias indígenas de Norteamérica y de nuestro entorno geográfico, muy menguadas numéricamente.
Recuerdo que hace años inserté en los medios un artículo acerca de que la legislación colonial hispana constituía un ilustrativo bagaje de tipo social y administrativo que nada tiene que envidiar a la más avanzada legislación social de nuestros días. Si no se la aplicó a cabalidad fue, entre otros motivos, por la enorme distancia entre la Metrópoli y América, las dificultades de comunicación entre estas y otras causas materiales. La filosofía era rica y ejemplar de esa legislación, que todavía podría ser arquetipo del mundo colonial pasado y del actual, en eclipse. En fin, mucho se podría decir sobre las virtudes y aportes de la colonización española en estas tierras, sin desconocer sus excesos, muchos de los cuales fueron propios de la época. No podemos juzgar los hechos pasados bajo el lente implacable de nuestros días.
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