En el ejercicio de la política participativa de un gobierno, deben haber dotes necesarias a ser practicadas: prudencia y sensatez que dan lugar forzoso a la honestidad que, a su vez, genera honradez con buena dosis de disciplina, eficiencia y eficacia; pero, en la mayoría de los casos, se las ignora aun sabiendo lo necesarias y aconsejables que son para el ejercicio de un buen gobierno, dotes que, en todo caso y circunstancia, deben ser inculcados al personal superior; pero, la soberbia que practican quienes tienen poder ciega y no permite el razonamiento consciente y constructivo.
Kung Tse (Confucio), el sabio chino que predicó la filosofía de la moral en los años 540 ac, dijo a sus discípulos: “Quien posee poder y lo entiende y practica a conciencia, sabe de virtudes que las transmite a quienes sirve y ama”. Esta es verdad digna de ser practicada en todo tiempo, porque solamente el servicio con amor permite cosechar éxitos que de ser personales se transmiten a los demás y pueden servir para hacer el bien.
El bien común –pueblo, comunidad o colectividad– requiere de sus gobernantes y de quienes poseen poder, que la práctica de virtudes sea norma de vida en ellos, que entiendan que toda acción de solidaridad implica acrecentar las propias virtudes y capacidad moral para mejorar la propia vida. Sentir al pueblo en sus urgencias y necesidades y tratar de darles alivio es dar fortaleza a la propia moral, es crecer en virtudes y contar con mayor capacidad para hacer el bien que luego, muy luego, resulta medio para expandirlo entre quienes lo necesitan. Creer que cada uno entienda y atienda sus problemas, dolores y necesidades y restarle toda ayuda posible, es insolidario, egoísta y falta de caridad. La caridad es virtud que sabe paliar el dolor y las necesidades ajenas, es dar mucho aun sea de lo poco que se tiene, es comprender que cada uno precisa del amor y amistad de los demás que son instrumentos del bien que es mano dadivosa de Dios.
Sentir al bien común significa aumentar la fe en el Creador y en el prójimo que, junto a la naturaleza y a todo lo bien creado, es tesoro digno de ser compartido con el necesitado, con quienes padecen por urgencias y precisan de la solidaridad y el amor de los demás; compartir lo que se es y de lo poco o mucho que se tenga en bienes materiales es contar con las bendiciones de Dios que, en el momento preciso, sabrá compensar con creces el bien que hayamos hecho a los demás.
Comprender, atender y remediar las limitaciones ajenas es sembrar, sino para la propia cosecha, hacerlo a favor de quienes lo necesitan; ningún bien que se haga a los demás es demasía; es, en todo caso, devolver lo bueno que hayamos merecido y recibido de otros, muchas veces sin que lo sepamos. Siempre se puede tener la seguridad de que prodigar el bien es sembrar para propio beneficio porque no hay bien sin compensación que, como semillas, siempre cae en los terrenos fértiles de la vida que dan buenos frutos. El bien común es colectividad, sociedad, pueblo o nación que se nutre con todo lo bueno para beneficio de la humanidad que se ve fortalecida en bienes materiales, espirituales y culturales demostrados en ciencias y tecnologías que contribuyen a agrandar los campos de la equidad, la ecuanimidad, las libertades y la justicia en beneficio colectivo.
Tiene singular importancia que quienes poseen poder de cualquier naturaleza, tengan en cuenta que sin las condiciones o virtudes de honestidad, prudencia y sensatez en las conductas, no son posibles éxitos dignos de tomarse en cuenta; es decir, todo propósito o buena intención dejan de cumplirse plenamente sino están revestidos de honestidad, virtud de la que nace la honradez, el respeto por lo ajeno, la consideración de que lo perteneciente al Estado es pertenencia del pueblo o sea del bien común. Reviste importancia el comportamiento prudente en los actos y procedimientos porque se administra, dirige o maneja bienes, negocios e intereses de la nación que deben contar con la virtud de la sensatez y el comportamiento digno basado en la verdad, en la que no contiene subterfugios, máscaras ni engaños, en la verdad que es constructiva, transparente sin mácula de indecencias o intenciones aviesas.
Visto –así sea “grosso modo”, tenue o superficialmente – todo lo expresado parecería utópico, sólo concebible en sueños, quimeras o ilusiones; pero, si se llevara a la práctica lo expresado, estaríamos en los caminos de lo correcto y de una verdad inmaculada. Lo dicho podría dar lugar a la pregunta: ¿Y para qué decirlo o enunciarlo? Simplemente para tener la seguridad de que este tipo de pensamientos pueden trocarse en sentimientos; por otra parte, interrogar: ¿Cuánto y qué no es posible concebir y llevar a la práctica con voluntad y capacidad de albergar amor en el corazón humano?
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