Recuerdos del presente
De pronto, el exministro Juan Ramón Quintana sorprende al país con un furibundo discurso contra las Fuerzas Armadas, a las que él perteneció hasta que fue expulsado de ellas por conducta indecente.
Ahora ha decidido poner condiciones para la subsistencia de la institución, condiciones políticas, comenzando porque se “descolonicen” y juren obedecer a la “voluntad popular”, es decir a los dictados del MAS.
No ha dicho qué ocurriría si no se cumplieran esas condiciones, pero quizá no necesitaba decirlo porque su jefe, el cocalero Morales, había propuesto desde Buenos Aires, durante su autoexilio, que en Bolivia se organicen milicias armadas para reemplazar a la institución militar.
Por aquellos días, el cocalero estaba mascullando su indignación, convencido de que su permanencia en el poder fue cortada no por la protesta popular más grande de la historia de Bolivia, sino por el consejo que le dio el comandante de las FFAA de renunciar al cargo. Algo que él hizo de inmediato para luego tomar, más que de prisa, como de rayo, el avión que lo llevaría a México, donde comenzó a llorar la desgracia de haber interrumpido su dictadura, que hubiera deseado hacerla durar tanto como se proponen sus amigos Xi Jimping y Vladimir Putin, hasta 2035 y 2036, respectivamente.
Lo malo es que, de veras, el cocalero no tiene ninguna esperanza de volver al cargo de presidente, como se probará en estas elecciones, en que sus recomendados serán rechazados por los electores.
Dockweiler, Cronembold y Cox, candidatos que representan a la crema y la nata de la revolución originaria-campesina, y descolonizadora, designados por él, suspendieron sus actos de cierre de campaña cuando se enteraron que el cocalero deseaba acompañarlos. “No me ayude, compadre”, era el mensaje.
Los improperios de este exministro fueron pronunciados en el Chapare, donde se mostró en público por primera vez desde que, en noviembre de 2019, valientemente pidió la protección de la embajada de México. Un tinte mexicano teñía ahora sus cabellos y cejas, pero no había encontrado una solución para su deficiente oratoria.
Llegó a decir que todos los militares son torturadores y odian a los indígenas, sin percatarse de que él había sido militar y que había estado en las Escuela de las Américas, donde, según dice la propaganda, se enseñaba a luchar contra los caudillos revolucionarios y sus lugartenientes.
Exhortó a los cocaleros del Chapare a defender esa plaza como la vanguardia de la dignidad nacional, para lo que quizá tengan que deshacerse de los cárteles de la droga que operan en la zona.
Pero las Fuerzas Armadas están con sentencia de muerte.
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