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[Rolando Barral]

La mentalidad del burócrata


El burócrata tiene telarañas en la cabeza y otras defecaciones –sin que esto sea una generalización–. ¿Quién no se ha perdido y se ha ahogado en la maraña de la burocracia, ese espacio lúgubre donde el error de una palabra o una letra, en el “trámite”, le hace volver al ciudadano a un punto cero? La gente que ha padecido las agresiones del “poder burocrático”, sostiene que el escarmiento en el laberinto de los papeleos, las jerarquías, los jefes y subordinados, superan las reflexiones que hicieron Marx, Weber y Kafka: una vez más la realidad supera la ficción.

El burócrata no ama su trabajo, lo soporta; porque se entornilla en la estructura administrativa y es parte de la jerarquía y la autoridad. En su psicología es sumiso ante sus superiores y déspota y mandón ante el indefenso ciudadano. Por ello, explota muy bien el centímetro cuadrado de poder que se le otorga. Por su mente no pasó, ni como indicio de cambio de conducta, lo que es “atención al cliente” o la cultura del “buen trato”. Se explica que el burócrata es un sujeto frustrado. Y el fracaso lleva siempre a la agresión de cualquier forma. El que está insatisfecho de sí mismo tratará de vengarse, y otros serán las víctimas. En otras palabras, un atisbo de la psicología del burócrata es el complejo de inferioridad ante los jefes, y un complejo de superioridad antes sus subalternos.

“El que sabe sabe, y el que no sabe es jefe”. La anterior sentencia es el reflejo de la estructura vertical. Donde no es una regla general que los más idóneos y los más competentes ocupen cargos en la administración. Se puede percibir que los incompetentes ocupan cargos que no les corresponde. Ya sea por influencia y/o recomendación partidaria se hacen nomás del escritorio: aunque no estén preparados y/o formados. El imaginario popular advierte a los oportunistas: “les quedó grande el cargo”. El burócrata no actúa con responsabilidad, eficiencia y eficacia, se hace durar el trabajo. Y es característica del empleado: “vuélvase mañana o la próxima semana”. Puede agilizar los trámites para los recomendados o los que hayan pagado algún soborno. Pero retardan los mismos, para chantajear y exigir la coima. Obviamente la recompensa premeditada está asociada a la corrupción. En el lenguaje cotidiano existen otros sinónimos de la coima: “aceitear”, “muñequear”, “reconocer”; de otra forma, se conoce como la “la mordida”.

En el poder burocrático: “el ministerio es un misterio”. Los hilos del poder hacen que las personas se muevan como marionetas: pisoteando las normas. Un jurista denunció: “Los reglamentos son para los enemigos”. Y como adormecimiento se expresa: “Todos somos iguales ante la ley”. Los ciudadanos saben que eso es doblez, de un poder burocrático que funciona con artimañas. No nos engañemos el tráfico de influencias es corrupción, el “nepotismo” es despotismo, el enriquecimiento ilícito es robo a la ciudadanía. Y para que quede claro, el servidor público en el peor de los casos, es el que se sirve de lo público.

La “burocracia” fue analizada y estudiada por varios pensadores, entre otros, como Hegel, Marx, Weber, y fue reflejada también en la obra literaria de Kafka. Marx en el texto: “Crítica de la filosofía del Estado de Hegel” (1844), analiza que este último, reivindicó para la esfera de la sociedad civil el poder “policial”, el poder “judicial” y el poder gubernativo que es la administración y la burocracia. La misma, Marx explica en la trama de la “división del trabajo”: los individuos deben demostrar que son idóneos para las tareas del Estado. Y que es una posibilidad de que ciudadano puede llegar a ser funcionario de Estado. Para lo cual se requiere de “exámenes”. En tal sentido, el examen se entiende entre el saber de la “función pública” y el “individuo”. Es decir, como selección de personal. En ese sentido, Marx concreta: “…el examen no es otra cosa que el bautismo burocrático del saber, el reconocimiento oficial de la transustanciación del saber profano en saber sagrado… junto al examen existe otro vínculo, el capricho del príncipe”.

El estudio que hizo Weber de la burocracia, sintetiza a ésta como el aparato administrativo que sirve al Estado para ejercer la dominación. En su libro: “Economía y sociedad” (1922), corrobora que el examen aparece como un instrumento social de selección en la burocracia de la China imperial.

¿Por qué tiene que ser tan tedioso un trámite en la administración, si se puede contar ahora con la asistencia de la tecnología digital y la inteligencia artificial? En otras palabras, cuando la competencia y el examen ya no son necesarios y se ejerce la “dedocracia”, se empieza a manifestar el autoritarismo y la involución.

La idoneidad, la competencia y formación deben ser requisitos para ocupar los cargos en la esfera pública de los gobiernos democráticos. Por todo lo anterior, el Estado, la burocracia existen porque los ciudadanos a través de sus impuestos los sostienen. Cuando el abuso de poder burocrático se excede más allá de sus limitaciones, la irreverencia, el cambio y la subversión del orden es inevitable.

Rolando Barral Zegarra es investigador y docente de la Carrera de Ciencias de la Educación. Universidad Mayor de San Andrés.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
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