Bolivia es uno de los países que ha registrado, como tantos otros del continente, niveles de pobreza más elevados, como consecuencia de la emergencia sanitaria mundial. Esta afirmación no es, de ninguna manera, un invento nuestro, sino se funda en un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), dependiente de Naciones Unidas (EL DIARIO, marzo 5 de 2021).
“La pandemia elevó los niveles de pobreza sin precedentes en las últimas décadas e impacta fuertemente en la desigualdad y el empleo”, anota dicho documento.
Hubo un período de bonanza económica entre el año 2005 y 2014. Bolivia recibía dólares a manos llenas, por la exportación de gas natural a países vecinos. Realidad que hizo posible el “milagro boliviano”, del que hablarían, machaconamente, países y medios de la región. Por medio estaría también la “Bolivia Saudí”, denominada, de esa manera, por la gran cantidad de gas que poseía, para consumir y exportar. Y ahora con una tendencia a declinar.
Pero no hubo ahorros en las arcas del Estado, para salir de apuros o a la defensiva, en casos de emergencia, como representa en la actualidad, el maléfico coronavirus. Ello ratifica que aquellos recursos, que simbolizaron el gran auge económico, adquirido por los altos precios que marcaron los commodities, en el mercado internacional, fueron invertidos en obras que no tenían mayor significación. O quizá hasta fueron despilfarrados.
No hubo ahorros porque algunos despistados creían que nunca se acabaría el tiempo de las vacas gordas. Pensaban que el chorro de los billetes verdes iba a ser permanente y duradero. Que jamás se agotaría, pero se terminó. Nunca habían practicado, en el llano y menos lo harían en función pública, la cultura del ahorro. En consecuencia: echaron la casa por la ventana, como si fuera la última vez, sin haber tomado las previsiones para el venidero, tan oscuro e incierto. Ahí están los resultados que ahora soportamos.
El país recibe menos ingresos, desde la caída de los commodities. A partir de entonces ha recurrido a un constante endeudamiento. Se estima que éste sobrepasa los 11.300 millones de dólares. Una cifra muy difundida en el interior y exterior de nuestras fronteras. Y quizá cuidadosamente manejada por nuestros acreedores.
Los diferentes bonos que fueron entregados, con motivo de la pandemia, en el anterior y actual gobierno, se hicieron con fondos provenientes de organismos financieros internacionales. El último bono, denominado Contra el Hambre, de 1.000 bolivianos, se hizo posible con créditos provenientes del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco Mundial, que bordeaban los 700 millones de dólares. Este bono se comenzó a pagar el uno de diciembre del pasado año. “…empezamos a pagar ahora a la gente más necesitada”, dijo el presidente, en la oportunidad (EL DIARIO, diciembre 2 de 2020). La dente necesitada se multiplica, día que pasa, a lo largo y ancho del territorio patrio, en crisis económica y emergencia sanitaria.
En este contexto, recae sobre cada boliviano o boliviana una deuda, consistente en 1.600 dólares, por aquellos créditos contraídos, por los anteriores y actuales gobernantes. “Es la cifra más alta, en la historia”, indicaron los profesionales que manejan números.
En suma: esta situación debería llamarnos a una seria reflexión, para asumir, en el futuro, acciones austeras y ahorrativas, por el bien común.
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