El libro “La prensa y la opinión pública”, de Nicolai Palgunov, publicado en 1966 en Buenos Aires, Argentina, en su introducción dice: “al dar por sentado que la prensa es el cuarto poder, se la presenta, indistinta y simultáneamente, primero como órgano expositor de la opinión pública, como expresión y defensa de lo que piensa, siente y quiere esa difusa opinión pública, y segundo como esclarecedora, educadora y forjadora de la opinión pública. Precisamente quienes reprochan al materialismo su valoración de las masas, olvidan aquí sus prejuicios y enaltecen una opinión pública masiva, amorfa e indefinible”.
Palgunov fue un destacado periodista “soviético” que nació en 1898, y desde 1919 colaboró asiduamente en la prensa oficial de esa nación. Inicialmente fue corresponsal de la TASS (Agencia Telegráfica de la Unión Soviética). Representó a la extinguida URSS, vía dicha Agencia, en distintas conferencias internacionales relativas a problemas de la Prensa. Tras pasar cuatro años en el Ministerio de Relaciones Exteriores, finalmente acabó dirigiendo la TASS, de 1943 a 1960. Fue uno de los más connotados periodistas de ese régimen.
Para Palgunov por entonces la opinión pública era amorfa, o sea que “no tenía una forma definida; careciendo de una estructura interna y de una personalidad y carácter propio”. Además, era indefinible porque no se podía definir. Por cierto, el autor arremetía muy fuerte contra la prensa occidental, de esas épocas. Si ahora le diéramos total autoridad sobre el particular al autor de dicho texto, acomodándolo a estos tiempos, tal definición sobre opinión pública quizá podría encajar con lo que pareciera que acontece en el país, ya que la nuestra no dejaría de ser difusa -imprecisa, vaga- carente de temple y cualidad propia. Y ello estaría originando que cambie de actitud con cierta recurrencia, particularmente en el campo político, y cuándo no, incluso en otras situaciones. Si así fuese, la sociedad boliviana estaría inmersa siempre en la incertidumbre, a la cual justamente la induce y arrastra la denominada “clase política” que, de esa manera, obtiene excelentes y pingues réditos canallescos.
Consecuentemente, ahora, ¿estamos ante una opinión pública ya adormecida, fatigada y que deja hacer y pasar cualquier situación anómala e irregular que en el pasado hubiese merecido la absoluta repulsa y condena ciudadana? No deja de ser evidente que otrora, un error cometido por cualquier autoridad no sólo significaba su destitución o alejamiento del cargo, sino que en la práctica virtualmente quedaba escarnecida ante la “opinión pública”. En estos tiempos al parecer ya poco importa la misma. Menos se repara en la caballerosidad tan característica de antaño y la palabra de honor empeñada. Los entes que tienen que ver con todo ello, también muestran su aletargamiento, fruto, quién lo sabe, del “buen trato” que reciben en una u otra acera. La “opinión pública” pareciera, pues, haber sufrido algún “embrujamiento”. Al respecto habría que consultar a algún experto “yatiri”, a fin de que proceda al “des-embrujamiento”. ¿Lo cree?
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