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Pandemia, consultas masificadas, ‘agotadas’, y atención comunitaria

José Félix Sastre

Desde la instauración del estado de alarma en marzo del 2021 por la pandemia por el SARSCOV2 muchas cosas han cambiado.

Podemos hablar de oportunidades, y de amenazas, que se plantean y aparecen en este nuevo mundo que queda tras la pandemia.

Las necesidades de salud individuales y comunitarias no son las mismas. En una población, como la española, muy envejecida, la prevalencia de las enfermedades crónicas es muy alta. Su seguimiento se ha hecho más complicado e, incluso, se ha limitado o interrumpido. Por ello no sólo existen los mismos problemas crónicos de salud, sino que sus reagudizaciones han aumentado.

Por otro lado, la consulta telefónica, la atención a problemas agudos de salud aumentada (banalizada en parte, pero también en gran medida impuesta por la necesidad de detección precoz de casos del COVID19), y el deterioro y empeoramiento de muchos de nuestros pacientes crónicos han tensionado hasta lo no esperable los sistemas públicos sanitarios en general, y nuestras consultas de Atención Primaria en particular.

El modelo anterior de consulta, masificado, trivializado, consumista, industrializado, cual línea de trabajo, uno tras otro, con distintos problemas y necesidades, pero manejados como si se montará aletas delanteras a un coche, de manera mecanizada y nada individualizada, ya estaba agotado antes de la pandemia.

Y ahí está la clave, en la necesidad, en la demanda. O, dicho de otra manera, crear necesidad. O de esta otra forma, quien oferta, genera demanda… no libertad, no autonomía.

Intento explicarme mejor. Llevábamos años ofreciendo un modelo de atención, que presuntamente generaba salud, al detectar de manera poblacional (yo diría de manera industrial) que no individual, enfermedades, riesgos, deficiencias y problemas a los cuales, el sistema, los médicos, nosotros, les dábamos solución… como expertos, técnicos, sabios. Ante esos problemas que detectábamos éramos capaces, los únicos, de darles solución. Detectábamos problemas, dábamos soluciones. Indispensables, nos convertimos en algo necesario, imprescindible, irrenunciable para un estado del bienestar mínimamente aceptable, digno, suficiente...

Los grandes diagnósticos e indicadores de salud mejoraron, al principio, pero más tarde, se estabilizaron y aparecieron multitud de ellos, más necesidades, más expertos y técnicos para solucionarlas… imprescindibles, irrenunciables.

La población conoció sus deficiencias, riesgos, problemas. Además, ahora, no sabía solucionar todas esas amenazas a su vida de las que, de manera tan profesional, habían sido advertidos. Nos necesitaban. Como quien instala la última versión de su sistema operativo y precisa renovación de la licencia.

Y a esa situación se le añadió este oscuro y triste momento, la pandemia por el Coronavirus.

Y esta vez, el coronavirus era la amenaza.

Por tanto, aumento exponencial de evaluación y organización de trabajo clínico sanitario, vigilancia epidemiológica, canalización de servicios y derivaciones a urgencias… es decir, catarros, cefaleas, heces menos oscuras (o más oscuras), menos solidas (o más sólidas) que antes, rinitis, picores, eczemas, pinchazos en el pecho, sensación de angustia… Y entre la paja, la enorme dificultad de encontrar el grano, de canalizar y priorizar, no dejar de atender, a la disnea objetivable, la opresión precordial, la fiebre con escalofríos, la pérdida de peso, alteraciones de la atención, dolores realmente amenazantes, ominosidad… las verdaderas amenazas para la salud, los casos que precisan de medicación, de medicalización, de ayuda por los sanitarios, por el sistema en el que nos organizamos, o nos deberíamos organizar.

Pero, ante esta CRISIS SANITARIA GLOBAL debemos de ver OPORTUNIDAD DE CAMBIO, de mejora del paradigma de atención médica anterior.

Al principio se vio en el teléfono esa oportunidad. Y es cierto que se dio valor a una herramienta infrautilizada que, por ambas partes, mejoraba el uso del tiempo en tareas administrativas o seguimientos breves, simples que, en la consulta presencial, se alargaban inútilmente, de manera ineficiente. Quien habla del teléfono incluye también el correo electrónico, el WhatsApp u otras redes sociales entre estas utilidades que, aun conocidas, eran infravaloradas.

Por desgracia en seguida se vio que las inercias nos llevaban, nos arrastraban, nos obligaban, a hacer “lo mismo de otra manera”, y sin el contacto humano, y con todos igual (no es lo mismo el uso del teléfono con un anciano que con un joven universitario que, además, nos ofrece su email para ampliarle información). Empeoraba más aún la inequidad descrita en la “ley de Cuidados inversos”, dando más y más fácilmente a los usuarios de las tecnologías de la información, sin defectos sensoriales, sin deterioro cognitivo. Es decir, dábamos más a quien menos lo necesitaba…

Es cierto que existía, de eso va esta reflexión, la Educación para la salud, la salud comunitaria. El que “tenía bien educada a su población” presumía de que sus pacientes eran capaces de resolver un catarro, de manejar una gastroenteritis o de hacerse una automedida de presión arterial o de controlarse el peso para evitar retención de líquidos o hacerse perfiles de glucemia. Eran capaces de controlar sus “números” y consultarnos, sólo si existía un “verdadero problema de salud”.

Pero ahora que, menos un esguince de tobillo, como decía un compañero, cualquier cosa puede ser un síntoma de COVID19… la población, toda ella, se ve obligada a consultar por todo, y ya.

Hemos quitado la autonomía a las personas en esta pandemia (quiero decir, les hemos quitado más autonomía aun), obligándoles a consultar, por responsabilidad, por síntomas que antes eran menores, como dolor de garganta o pérdida del olfato o congestión nasal o una urticaria.

Les hemos transformado (más aun) en seres dependientes, vulnerables, necesitados de nuestra existencia.

El famoso proverbio chino del hombre hambriento que pide comer, al que si se le da pesca no se le resuelves nada, y en cambio has de enseñarle a pescar para hacerle libre, y que deje de existir SU problema.

Desde la humildad, la honradez y la verdadera bondad debemos recuperar su autoestima, hacerles libes, autónomos, capaces, independientes.

El paradigma de la atención, insisto, debe cambiar. Ante un problema de salud, en vez de detectar defectos, faltas, debemos detectar SUS recursos y capacidades, las del individuo, para superar su problema, orientándolo, pero de manera independiente, recuperando su autonomía, su independencia, su libertad.

Y, como buenos Médicos de Atención Primaria, especialistas en personas, y también en Familias y Comunidades, debemos promocionar, resaltar, potenciar y recuperar sus recursos. Dejar atrás las críticas, y nuestra presunta sabiduría “desde fuera”, desde nuestra atalaya, sin reconocer que el que está en el suelo, en primera línea, inmerso en su realidad y en su contexto, hasta que no se demuestre lo contrario, es el que realmente sabe lo que necesita, y cómo lo necesita. Y nuestro papel es ayudarle, con base en nuestro conocimiento, claro está, a encontrar su manera, la que él sabe, pero no encuentra.

No podemos reunirnos en el centro de salud, pero en cambio existen las redes sociales, y los videos de YouTube, y las videoconferencias, y también los espacios de fuera de las consultas, los domicilios, los parques, los paseos, los lugares entrañables de reunión, con distancias, con seguridad; los lugares donde surge la salud, y donde también se pierde. Y allí es donde también debemos trabajar, salir de nuestras consultas, a espacios abiertos, sin aglomeraciones, sin masificaciones, y con vida, la vida real.

Pero no somos indispensables, no somos imprescindibles y debemos fomentar el establecimiento de redes, de interacciones, la dinamización de cambios. Se debe resaltar sus recursos de resistencia y adaptación, de resiliencia, dotándoles de conocimiento y sentimientos, los suyos, los propios, que les hagan capaces.

Por tanto, y ante consultas triviales, masificadas, consumistas, de personas dependientes, atrapadas en dinámicas perversas, opongamos otra modalidad de servicio, fomentando la verdadera libertad, la verdadera independencia.

Así, desde la consulta individual y, como siempre, pensando en familias y en las comunidades en las que están insertas, movilizar lo que se ha dado en llamar activos de salud, para atajar las causas de las causas, más allá de los síntomas, más allá de las enfermedades individuales, buscando la mejora del bienestar colectivo, a través de sus propios recursos.

Y desde la visión de familia, de barrio, de relaciones humanas, insisto, apelar a la cultura y las capacidades que les son propias, mediante estrategias que comprometan e impliquen, que ilusionen, que les independice de la pasiva actitud de recibir y de ser servidos, mediante la “dinamización de sus relaciones sociales, de encuentro, enriquecimiento y de cooperación, para mejorar el bienestar de las personas, de sus familias, de sus comunidades”.

Dr. José Félix Sastre García, Vocal de Atención Primaria Rural del Colegio de Médicos de Toledo, España.

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