Contra viento y marea
Muchos argumentos, cada uno de consistencia tan irrebatible que no hay posibilidad racional ni jurídica de malinterpretar, son los que existen para enervar la de inicio endeble tesis que el Movimiento al Socialismo no ceja de utilizar, en su desesperada estrategia de pretender convencer que los hechos políticos de octubre y noviembre de 2019 fueron un golpe de Estado.
Hoy quiero hacer hincapié sólo en un criterio vertido hace muchas semanas por un alto funcionario del gobierno actual, cuando en una entrevista televisiva, en su entonces condición de analista político, aseveró, ante la terminante negación de un colega suyo en sentido de que la proclamación de Jeanine Áñez como Presidenta del Estado hubiera quebrado el orden constitucional con el fundado argumento de que eso no sería posible con un Parlamento funcionando, tal como ocurrió hasta el último día de su mandato transitorio.
El forzado razonamiento de que Evo Morales si fue depuesto del cargo como efecto de un golpe de Estado, fue inapropiadamente comparado con el fugaz gobierno del Cnl. Alberto Natush Busch, quien para mantener apariencia democrática mantuvo al Congreso funcionando. Aquello fue, en su particular examen, prueba suficiente de que es posible quebrar el orden constituido, bajar un gobierno y no clausurar el poder legislativo.
No dudo de la capacidad intelectual del funcionario y actual Portavoz, que por tanto es poseedor de una notable capacidad dialéctica y de análisis, pero de lo que tengo serias sospechas, es de su capacidad de sindéresis, porque hacer analogía de ambos momentos históricos, no solo distantes en el tiempo, sino lejanos fácticamente entre uno y otro, resulta una impertinencia, pues esa mirada tan superficial de ambos acontecimientos, que en principio para cualquier lego hasta la haría ver como símiles, en los hechos son tan distintos que sólo el interés político puede permitir hallar analogías entre ellos.
En los aproximadamente 15 días del gobierno fruto del violento golpe de 1979, Natusch Busch, con una careta de falso buenismo, mantuvo el Poder Legislativo, sí; pero ese órgano, de todas maneras compuesto por gente mucho más preparada que todos los últimos Parlamentos, nunca consintió la corta gestión gubernamental. El periodo de Áñez, no solo mantuvo el Órgano Legislativo, como no podía ser de otra manera, sino que, ante las renuncias de los presidentes de Cámaras, fueron designados otros, del mismo partido de gobierno.
El desaparecido Congreso Nacional de aquellos aciagos días perdió la soberanía, que la Asamblea Legislativa a la cabeza de Eva Copa no solo conservó, sino que fue la que en los hechos sitió al gobierno, mediante la sanción de leyes que no eran de conveniencia para el país, sino para el partido al que representaban. Aun así, mediante ley, en ejercicio de sus facultades, anuló las elecciones poco antes realizadas, y lo que es más relevante; de motu propio, amplió el mandato constitucional de la Presidente del Estado, inicialmente fijado.
Nada de eso pudo haber hecho el Congreso de 1979, cuando un militar aventurero, como hubo muchos en la trágica historia de Bolivia, tomó el poder a costa de la sangre del pueblo, con una violencia que por decisión de algunos Oficiales y jefes de las Fuerzas Armadas, habían tomado para que el dictador se hiciera de la Presidencia ya gestada con mucha anticipación. Jeanine Áñez, hasta pocas horas antes de su asunción al mando, ni siquiera sabía que en la línea de sucesión constitucional, era ella la llamada a ocupar la primera magistratura; mucho menos formó parte de la resistencia previa a la consumación del fraude.
Pretender hacer analogía entre el sórdido hecho histórico de 1979 y la sucesión constitucional de 2019, es caer en lo que Harold Demsetz bautizó como “falacia del nirvana” que consiste en comparar situaciones irrealizables con situaciones reales. Esa es la distancia que separa a uno del otro momento histórico: ambos diametralmente sin posibilidad alguna de comparación.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.
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