Bienestar
Por Raquel Lemos Rodríguez
Muchas personas buscan la aprobación de su entorno con desesperación. Sin ella son incapaces de tomar decisiones, de elegir por sí mismas sin dudar y de sentirse seguras con sus elecciones. El problema es que esto destruye la propia autoestima poco a poco, además de que intentar gustar y agradar agota.
Como bien indica la publicación Habilidades sociales “la necesidad de gustar a todo el mundo se considera una creencia o expectativa irracional porque implica objetivos perfeccionistas e inalcanzables: es imposible agradar a todo el mundo”.
Por este motivo, intentar gustar y agradar en muchos casos solo genera impotencia. Las personas que se relacionan de esta manera tienen que cambiar su forma de ser de forma drástica en función del contexto. Esto genera una tensión que generalmente se manifiesta con ansiedad.
El esfuerzo por agradar conduce al rechazo
Albert Ellis, padre de la teoría del ABC, consideraba que buena parte de nuestro sufrimiento depende de nuestra interpretación de la realidad, más que de la realidad en sí. De esta manera, muchas de las creencias irracionales que adoptamos son capaces de generar mucho dolor. Así, al cuestionarlas y eliminarlas mejoraremos nuestra vida mental y, por lo tanto, también nuestra vida sensorial.
Curiosamente, cuando intentamos gustar y agradar a los demás lo que recibimos, en la mayoría de las ocasiones, es rechazo. Un rechazo que nos duele y que choca con la creencia de “si soy como los demás quieren, me querrán”. Esta disonancia entre creencia, acción y la respuesta que recibimos es lo que hace que nuestro dolor y sufrimiento se incrementen. Pero, en lugar de probar a ser nosotros mismos, nos empecinamos más en hacerlo mejor. Es entonces cuando intentar gustar y agradar agota.
Quizás puedan gustarnos en un primer momento las personas serviles y que nos dan siempre la razón, pero también esta sensación agradable de inicio no tarda en convertirse en rechazo por identificar en el otro un ser artificial incapaz de plantear reto alguno. Este fenómeno es especialmente marcado en algunas relaciones de pareja: al principio todo es genial, pero con el paso del tiempo surge el hastío.
Piensa lo difícil que puede ser llegar a conocer alguien que nunca se muestra como es. Es decir, a un ser que nunca es, que no tiene voz y que para el voto fotocopia lo que intuye escrito en las expectativas de los demás.
La cara oculta de gustar y agradar
Gustar y agradar agota y es ahí cuando puede surgir su cara oculta. Las personas que practican esta manera de buscar la aprobación de los demás pueden sostener la situación durante un tiempo. Pero cuando sus energías flaquean, entonces se ven inundados en una sensación de malestar de la que no saben salir porque no cuentan con referencias propias. Un estado que, en el plano conductual, se puede manifestar como agresividad.
Las personas muy preocupadas por agradar a los demás suelen ser también personas de todo o nada. Son incapaces de repartir su atención, así que cuando se cansan de un foco, pasan a dedicársela a otro olvidando el anterior. De responder como el mejor amigo a hacerlo como una desconocida.
Esta forma de actuar es bastante nociva. Muchas personas la utilizan para manipular; sin embargo, otras lo hacen porque no saben relacionarse de una manera sana y tienen la autoestima tan baja que piensan que ahuyentarán a todo aquel que descubra su verdadera personalidad.
Trabajar la autoestima, cambiar aquello que podemos cambiar y aceptar aquello que en este momento no podemos variar son pilares sólidos para la independencia social. Una independencia que tiene mucho que ver con la autonomía, un factor protector frente a la dependencia emocional.
Todos tenemos un límite para la simulación. Por mucho que nos comportemos de manera complaciente con los demás, tarde o temprano aparecerá la presión. La sensación de no poder representar más un papel que agota, de esta manera una relación muy intensa puede enfriarse en un corto espacio de tiempo.