El poder es maravilloso, pero cuando sirve para algo. Y para que sirva debe existir una meta. El Dr. Paz y el MNR llegaron al poder en 1952 con un fin que se había empezado a forjar dos décadas atrás en el Chaco y que apuntaba a la Nacionalización de las Minas, la Reforma Agraria y el Voto Universal.
Los resultados de la Revolución Nacional tuvieron un significado social, sin duda. Pero sus consecuencias económicas fueron desastrosas tanto con la nacionalización de la minería como con la repartición de las tierras. Socialmente Bolivia se transformó por el voto universal y por las reivindicaciones campesinas, voto que esencialmente garantizó la permanencia del MNR en el Palacio. La “rosca” –la derecha de entonces– tuvo que admitir el cambio y convencerse de que era algo irreversible. Estaba visto de que el MNR había utilizado el poder, sin exceptuar sus grandes abusos contra los opositores.
Los gobiernos posteriores al MNR siguieron su lineamiento estatista hasta que, décadas después, nuevamente Paz Estenssoro, apoyado por Banzer con el Pacto por la Democracia, revirtió esa tendencia, deteniendo una hecatombe de la economía que parecía imparable. El poder volvió a ser útil porque la Nueva Política Económica, condensada en el decreto 21060, impuso un nuevo rumbo que mostraba un futuro promisorio.
El MAS llegó al poder porque tenía objetivos que impactaron en su momento. Uno era la nacionalización de los hidrocarburos y la estatización de la economía en general; la redacción de una nueva Constitución; la inclusión indígena en los mandos políticos y la defensa de la hoja de coca; la restitución del espíritu andino como centro de la nación contra las autonomías; y, finalmente, hasta la no venta de gas natural a Chile.
Todas esas eran metas concretas, ofertas al electorado, aunque se sabe que luego se pasaron por el forro la nacionalización del gas, ya que solo se firmaron nuevos contratos. Y respecto a las estatizaciones y a la creación de nuevas empresas por el Estado, el fracaso fue tremendo. Como vergonzosa y fullera fue la nueva Constitución. Mas el presidente había cumplido, aunque se hubieran cometido estupideces a granel. Y en cuanto al tema indigenista, el MAS armó todo un carnaval étnico que nos ha llevado a un peligroso renacer del racismo y del regionalismo. Pero, para bien o para mal, el MAS tenía proyectos, los expuso, y la población le dio sus votos.
El problema con la oposición actual es que no enseña cuáles son sus objetivos. O no muestra metas que entusiasmen. O no sabe exponerlas. Porque todos los opositores dicen más o menos lo mismo. Ofrecen generalidades. Hablar de Mutún, Puerto Busch, caminos y ferrocarriles, hablar de eficiencia y honradez, no convence. Todo lo anterior es importante, pero hay que entusiasmar, decir cómo se va a hacer. El litio podría ser algo que entusiasme al electorado, mas no solo como un enunciado sino movilizando conciencias y recursos. Y aprobar una nueva Constitución, donde la justicia retorne a la decencia y se dé fin a la chabacanería folclórica que contiene, recibiría un masivo apoyo ciudadano.
El Gobierno actual es débil porque no ha hecho otra cosa que afirmar que reencauzará el “proceso de cambio”. Entonces ha buscado algo que por fácil y tramposo gusta a cualquiera y que no es nuevo en el mundo: quitarles plata a los que tienen para repartirla entre los que no tienen. Nada más atractivo en un pueblo paupérrimo. Pero esa ley puede provocar un gran daño en la economía, peor si se trata de un tributo obligatorio anual y no para una emergencia urgente de desastre natural o sanitario, que se podría justificar.
Las personas pudientes no tienen su patrimonio en efectivo y deberán vender activos. O se obligarán a una precipitada sucesión hereditaria de bienes para fraccionar su riqueza. ¿O hay bancos que vayan a prestar dinero para pagar impuestos? ¿No va a existir corrupción y extorsión estatal con la valuación de los inmuebles, tierras, ganado y otros? ¿Se va a aplicar el impuesto a las personas que viven en la informalidad donde existen grandes fortunas? Este impuesto es, además de ratero, político, porque apunta contra la llamada clase dominante, erosionando a los empresarios formales. Y sin duda que aumentará la desigualdad impositiva. Es innegable que la medida generará una fuga de capitales e incluso cambio de residencia de empresarios que crean empleos. Este zarpazo contra la propiedad privada, ha sido, no obstante, aceptado resignadamente por quienes serán afectados, y será parte del insaciable y faraónico gasto corriente del Estado.
Arce no tiene plan y tiene exigencias. Es por eso que su poder es miserable.
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