La espada en la palabra
Como político, a veces solía decir cosas que no creía en la intimidad. Ahora, como intelectual, tengo la libertad de decir las cosas como las pienso y siento. Entre estas, puedo decir que, así como en el oficialismo hay saña y corrupción, en la oposición hay incapacidad política y carencia de propuestas. Esto es algo que quienes tienen sentido de visión a largo plazo y capacidad de sondear a los políticos ya veían, con mucho temor y pesimismo, en el periodo largo de campañas electorales de 2019 y 2020.
Tristemente, estamos enfrascados en la eterna pugna en que los vencedores ocupan casi la totalidad del tiempo detractando al derrotado. En el Parlamento boliviano, por ejemplo, solo se escucha gritos tratando de instalar en la conciencia nacional e internacional dos relatos políticos: el del golpe de Estado y el del fraude electoral. Estoy casi seguro de que hubo fraude, y sobre el primer asunto creo que es algo que se debe investigar más a profundidad, pero tiendo a decantarme más porque no hubo golpe. Toda realidad social es bastante compleja, y serán los intelectuales (historiadores, sociólogos, juristas, etc.) quienes, en algunos años, tendrán la palabra final sobre todo lo ocurrido. En todo caso, los juicios iniciados por el Ministerio Público y las aprehensiones de la expresidenta Jeanine Añez y dos de sus exministros están plagadas de absurdos, irregularidades y abusos.
Lo que me inquieta es no ver análisis y comentarios profundos de los parlamentarios opositores sobre las irregularidades perpetradas por el MAS. En la radio y la televisión se los ve repitiendo las palabras “democracia”, “autoritarismo”, “dictadura” y “fraude” hasta el cansancio, pero nada más. ¡Cuánto son añorados los sesudos discursos de otrora sobre moral y derecho públicos! Esto denota en ellos falta de preparación politológica y, particularmente, en materia de teoría del Estado. En las mismas sesiones plenarias que a veces son transmitidas por medios de comunicación o redes sociales, no hay ni un solo discurso descollante que impresione no por su histrionismo sino por sus argumentos y razones. Un parlamentario, pues, tiene la misión de polemizar asuntos políticos con solvencia intelectual. Lo grave de este fenómeno de carencia es que, primero, la opinión pública y la comunidad internacional, si no fuera por la labor de algunos analistas o intelectuales (que son muy pocos) no se enterarían del fondo de los argumentos existentes para desbaratar las falacias del masismo y, segundo, que el autoritarismo puede desenvolverse a sus anchas.
Tampoco hay proyectos alternativos ni iniciativas de leyes estructurales. Ahora bien, yo sé que para una oposición es muy difícil trabajar creativamente cuando un gobierno instala un ambiente de ensañamiento y persecución, y más si se quita los dos tercios para la modificación de leyes. Pero aun así la oposición debería esforzarse más en diferenciar sus postulados de los del común de la ciudadanía, haciendo de éstos verdaderas polémicas políticas y no consignas monótonas que ya llegan a aburrir. La comunidad internacional debe convencerse con argumentos y no con el eco cargoso de las palabras antedichas.
Hoy el Parlamento, como casi siempre, está sofocado en peleas que lo último que harán será hacer progresar Bolivia. No son discutidas leyes bienintencionadas, no son debatidas propuestas y posturas verdaderamente políticas, no se llega a consensos si no son para defenderse ante posibles ataques del adversario. La educación, la salud, la justicia, la economía, están dejadas de lado.
Si Arce y Choquehuanca no quieren que su gobierno será uno más, o quizás de los peores, deben reencauzar la política de sus ministros y de sus parlamentarios lo más antes posible.
Ignacio Vera de Rada es
profesor universitario.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
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