No deja de ser cierto que desde hace bastante tiempo la incertidumbre se ha apoderado del pueblo boliviano, más allá de cualquier apreciación en sentido contrario, puesto que los acontecimientos políticos, económicos, sanitarios, y de distinta índole, inducen a pensar de esa manera al ciudadano de a pie.
Sin embargo, el ingenio popular apostilla que el nuestro es seguro y pleno de certidumbre, ya que “seguro te roban, seguro te asaltan, seguro te engañan, seguro te toman el pelo, seguro te mienten”, etc., lo cual no deja de ser certeza plena, dada la inseguridad reinante en todos los ámbitos, más en estos últimos tiempos, que le conducen a esta única certidumbre: “nos están engañando”.
Razones no les falta para irradiar esa proverbial picardía criolla paceña, pues la realidad, y el desenvolvimiento de las situaciones que la colectividad observa a diario, le han impulsado a creer de ese modo. Si piensan en torno al tema de la justicia encuentran que “es algo que no tiene remedio”. Y, así por el estilo, en los restantes quehaceres de la sociedad nuestra, siempre está de por medio el hecho de que a cualquiera lo engañen, sonsaquen, o esquilmen, valiéndose de una serie de triquiñuelas y estratagemas.
“No hay por dónde perderse -exclaman bastantes-, en varios sitios del comercio nos venden artículos truchos en lugar de originales; respecto a otros productos generalmente nos meten gato por liebre; aconteciendo esto en varios puntos de abasto, mercados, en los que echan mano de un sin fin de esas prácticas ya viciosas, incluso en el expendio de medicamentos. Y aunque no todos pueden ser introducidos en la misma bolsa, digamos que existen muchos malos comerciantes y empresarios que actúan de esa forma”.
Indudablemente que, cuando de verdad debiera ser un país seguro, o sea libre y exento de riesgo, o que no falla y ofrece confianza, como dice el diccionario, la realidad no deja de ser otra. Y cuando la ausencia plena de certidumbre, vale decir la carencia de certeza, conocimiento seguro y obligación de cumplir algo, es algo casi irreal en estos tiempos, cunde el desasosiego y la desesperanza. A todo ello se suma el incierto porvenir, porque nadie sabe cuándo, a ciencia cierta, acabará la pandemia, encontrándose ya cansado de gastar y gastar en alcohol, barbijos, jabones, y otros ítems de bioseguridad, el ciudadano común y corriente que vive el día a día. Mientras, el entorno hostil se ceba con él, lo tortura, pues hasta la muerte viene a ser negocio redondo en el que participan empresas funerarias, sepultureros, recaudadores municipales que venden un nicho en 15 mil bolivianos, lo que lo golpea sobremanera. no quedándole más que preguntarse “¿hasta cuándo gastaré en alcohol, desinfectantes, y demás, fuera del gasto excesivo de agua con eso de lavarse las manos a cada rato, los precios altos de las medicinas, y otras yerbas, estando yo sin sueldo porque no tengo trabajo, que tampoco lo hay?”. Hoy sí soy un “seguro” fregado, y con mi “certidumbre” a cuestas de que todo esto pareciera que no tiene remedio.
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