Como fruto de los problemas socio-económicos sin resolver que sufre el país desde hace décadas, la crisis política ha adquirido carácter permanente y gira en un círculo vicioso, o sea volver siempre a los mismos o peores conflictos. Una breve situación política de tranquilidad deriva en un nuevo proceso de desorden.
En un ejemplo reciente, una situación política de cierta inquietud estalló el año 2019 en un estado insurreccional (definido con el sofisma de golpe de Estado), cuyo detonante fue la acumulación de irregularidades de una política económica populista.
Ese proceso convulsivo de 2019 fue espontáneo e independiente de la voluntad y los deseos de los caducos partidos políticos, pero especialmente de ciertos dirigentes, (si es que pueden ser definidos con esa palabra). Pero, en todo caso, la realidad de la vida nacional era ignorada por los jefes y asesores partidarios, obnubilados por falta de perspectiva histórica e intereses personales.
En los hechos, el acontecer histórico tenía su táctica de lucha de acuerdo con las circunstancias que vive el país. Igualmente, tenía objetivos propios, con el fin de superar las estructuras obsoletas del pasado y conquistar otras nuevas y sustancialmente democráticas. Sin embargo, la convulsión insurreccional careció de dirección consecuente y ésta despreció su principal objetivo, o sea hacerse cargo del gobierno y perdido el poder, se perdió todo. Naturalmente, esa dirección ya está sometida al juicio, no solo de responsabilidades, sino de la historia, pues, aquí no se trata de legitimidad ni legalidad, sino de tener el apoyo del pueblo y de la historia.
Cerrando ese círculo vicioso en que, desde su adolescencia, gira la historia de Bolivia, advino un “gobierno transitorio”, carente de hasta la menor visión histórico-política, que terminó protagonizando un mero cambio de guardia, pues, confundió lógica con logística.
Sin embargo, superado ese caótico momento “transicional”, el régimen restaurado no alcanzó la tranquilidad esperada ni dio visos de solucionar los grandes problemas de origen en el pasado feudal y colonial del país, ni dar muestras objetivas de romper el viejo círculo vicioso.
En gran medida se puede observar que la crisis socio-política existente desde antes y durante la transición empezada en noviembre de 2019, subsiste en sus características fundamentales. Es más, como no fueron arreglados los problemas, los efectos continúan produciéndose y no solo eso, sino también se busca solución.
Se puede concluir que la persistencia de esos agudos antecedentes determina la reaparición de los conflictos (huelgas, marchas, bloqueos, amenazas de golpe, etc.), que algunos grupos protagonizan a lo largo y ancho del país y, desde luego, se vuelve a plantear la necesidad de solucionar el problema del círculo vicioso que aqueja a Bolivia, pues, todo tiene solución.
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