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[Armando Mariaca]

Demagogia e incomprensión contra libertad, justicia y democracia


Pese a lo que algunas corrientes políticas de extrema izquierdista sostengan, nuestro país es católico y cristiano por excelencia y la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios, ha sido demostrar al mundo a través de todas las generaciones, la importancia de la fe, de las virtudes radicadas en los valores y las prácticas y sentimientos de caridad y esperanza. Hemos llegado a un tiempo en que debemos ver nuestra realidad sobre la base de lo que Jesús dijo y que se encuentra plasmado en los Evangelios: que la paz y la concordia entre todos, que la fe y la caridad sean la esperanza que depare una vida plena y el encuentro con la Gloria de Dios. Desde hace algo más de un año, nuestro país, conjuntamente el mundo, vive sus tragedias y sufrimientos a los que se añadió el coronavirus que causa muertes por miles, un mal que la ciencia trata de eliminar pero sin mayor éxito y lo más logrado es conjunto de vacunas para que los que están libres del mal puedan mantenerse sin el virus; pero, al margen de todo ello, el orbe sigue padeciendo calamidades y desgracias provocadas por la soberbia del ser humano, males que laceran y lastiman sentimientos, agravan enfermedades, profundizan división y condiciones de pobreza extrema que provoca hambre y necesidades de toda laya sin que pueda encontrarse paliativos que, producidos por el mismo hombre pobre y necesitado pueda suplir sus urgencias y lograr mejores condiciones para las familias.

Cristo, con su vida y pasión mostró caminos no solamente para alcanzar una vida plena y lograr la eternidad, sino para conseguir que el mismo hombre, renunciando a su soberbia y petulancia , logre vencer males que en el día a día padece y no quiere comprender que solamente el amor, la concordia y la unidad pueden conseguir que todos, sin complejos ni odios ni rencores, consigamos lo que buscamos desde siempre: que la paz, anunciada por Dios, el día de Nacimiento de Jesús, vaticinó para todas las generaciones y que el ser humano, soberbio y pertinaz, rechaza y vive enfrentado a sus hermanos al extremo de haber fabricado armas cuyo objetivo puede ser sólo la destrucción de todo el planeta. La humanidad, con un 65% de su población en pobreza, se pregunta siempre: ¿Cuánto avanzó el mundo en poderes que más pueden lograr el crecimiento de sus males hasta alcanzar la muerte? ¿Y cuánto ha hecho para conseguir la superación en virtudes como la fe, esperanza y caridad entre todos? De lo único que puede estar seguro es haber llegado a la conclusión de creerse dios, aun constándole que sólo existe un Dios Eterno y Verdadero; pero, cegado por su estupidez y su soberbia, niega la verdad y cree haber llegado a la cima de la felicidad, aún sabedor de que es limitado para todo y lo ha comprobado con la última pandemia que postró de rodillas a la humanidad debido a su impotencia para vencer lo que debería para evitar sufrimientos al hombre.

Llegamos en Bolivia a la conclusión de que la soberbia domina a gobernantes y gobernados; que todos los políticos claman por la paz, la concordia, la unidad entre todos pero son los primeros en practicar todo lo contrario a lo pregonado. Convenimos, a nivel de gobernantes y gobernados en la urgencia de superar antagonismos y división, odios y revanchismos; pedimos que la unidad nos lleve por caminos correctos de trabajo, producción y bienestar; pero, muchas veces hacemos lo contrario. Se busca que haya paz y concordia, que se dejen en el pasado odios y diferencias. A nivel de políticas de toda ideología, se predica la urgencia de combatir a la corrupción y se la aumenta, porque los yerros garrafales de un cercano pasado se repiten agrandados y con mayor capacidad para mentir, engañar, ofrecer fantasías y utopías al pueblo. Se pide, con mucha vehemencia que la unidad sea medio de vida, trabajo y bienestar y se hace lo contrario porque se permite que partidarios en los tres poderes del Estado practiquen la corrupción, la división, los antagonismos y las diferencias. ¿Para qué tanta demagogia que sólo conduce a la anarquía? Hoy, la diversidad de problemas -incluido el coronavirus-, deben obligar a gobernantes y gobernados, a encarar los problemas con la verdad, la honestidad, la honradez y la responsabilidad. Esto debe implicar, de alguna manera, cuán importante debe ser el amor que se tenga al país y su pueblo, cuánto ha calado en las conciencias el vivir en democracia y respeto a los derechos humanos, cuán importante es renunciar a la corrupción, al narcotráfico, a la irresponsabilidad de servirse del país y no servirlo. Es urgente que quienes están inmersos en las políticas gubernamentales y los dirigentes y militantes de las políticas partidistas, que entiendan que cuando se habla de libertades implica comprender los valores de la democracia y su honesto y digno ejercicio; tomar conciencia de lo que importa la nación y su futuro. Es necesario que gobierno, sus aliados de partido y los políticos en general, conjuntamente quienes tienen poderes de cualesquier naturaleza, vivan realidades basadas en la verdad y, sobre todo, haciendo abstracción de orgullo que les permitirían tener un ápice de humildad, algo de sinceridad y pocos metros de transitar por el mismo camino que recorre el pueblo entendiendo su realidad y comprendiendo sus verdades, amar lo que, en campaña proselitista, se dijo que se amaría lo que ellos aman; cumplir las promesas y abandonar la demagogia, no puede ser difícil; al contrario, si hay buena fe y voluntad, un poco de amor y propósito de cumplir la palabra empeñada, todo es posible.

Es urgente entender que cuando los objetivos de una democracia se desvirtúan, se traicionan los derechos del pueblo; por ello, quienes ejercen el poder y los que aspiran a ello, deben estar en condiciones de fortalecer sus virtudes con miras a que se hagan valores y principios. El debido ejercicio de la democracia obliga a respetar las libertades y los principios de la justicia entendiendo que el pueblo es la conciencia del Estado cuya administración se puso, de buena fe, en el gobierno.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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