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[Luis Antezana]

La insurrección tumbó a Evo pero no solucionó la crisis


En relación con los sucesos de noviembre de 2019 se puede recordar la sentencia que sostiene que “quien mal anda… mal acaba”. En efecto, esos hechos espontáneos no tuvieron dirección y acabaron en una situación absurda y hasta caótica que dura hasta hoy y durará aún mucho tiempo.

En primer lugar, no se debe desconocer que ese suceso insurreccional popular, a nivel nacional, se generó desde tiempo atrás; era fácilmente predecible e inclusive fue pronosticado por algunos medios de prensa.

Una insurrección no es un fenómeno social que se prepara entre gallos y media noche, en un concilio de sabios, sino algo que crea la naturaleza política de la sociedad de un país determinado. Determina, a la vez, como efecto, algunas ideas en relación con el fenómeno convulsivo que se aproxima; pero esas ideas son pálido reflejo en la mente del hombre. Es más, pese a todo, esas ideas tienen el objetivo de hacer del proceso inconsciente de la historia un acto político consciente, que no derive en el caos, que conduzca a la solución de la crisis; procedimiento que hizo decir que la insurrección es un arte.

La insurrección popular de 2019 tuvo esas características, con los efectos que ahora se registran. Toda insurrección está sujeta a leyes. Barre con el gobierno y el régimen. No solo expulsa al presidente, sino derriba y cambia toda la estructura económica. No quedan en pie los órganos Ejecutivo, Legislativo, Judicial y hasta la Constitución, vale decir que es barrido el viejo Estado. Establece un gobierno totalmente nuevo de carácter provisional, con el objetivo único de llamar a elecciones de inmediato, formar una Asamblea Constituyente, que dicte una nueva Constitución, llame a elecciones o elija directamente un nuevo presidente.

Eso no es solo teoría. Es, ante todo, una práctica antigua en todas las sociedades, países y épocas. Es una práctica inconsciente de la historia, que con la actividad política se convierte en acto consciente. Esos objetivos y procedimientos se aplican estrictamente en todas partes como medida correcta y ni qué decir en Bolivia, donde se produjo más de una decena de veces.

¿Qué pasó en Bolivia en noviembre? La insurrección --que no necesitó armas, sino petardos inofensivos (como ocurrió con Goni y Mesa)-- terminó en un monstruoso aborto. En primer lugar, produjo vacío de poder varios días y no quiso ser llenado por los supuestos jefes de partidos opositores, sino por grandes esfuerzos de personajes extranjeros y nativos que se reunieron en Obrajes en un cónclave de sabios que a nadie representaba.

El fruto del arreglo del Cónclave de Obrajes --el llamado Gobierno de transición (!!)-- no cumplió, ni muchísimo menos, las reglas de un levantamiento insurreccional, sino, al contrario, ajeno a su misión política, se cruzó de brazos. Solo fue un coup de theatre o, a lo más, un cambio de guardia palaciego (ni siquiera un cuartelazo), y así hizo resucitar al finado gobierno del fugado Evo Morales a México, esperando la necropsia en Argentina.

El gobierno de transición, pese a ser advertido en sentido de que debía corregir su hoja de ruta, hizo oídos sordos y, confundiendo lógica con logística, se creyó “constitucional”, asumió funciones que no le competían en absoluto. Es más, quiso arraigarse en el poder, creando un partido y obligando a la ingenua mandataria a candidatear para presidenta, quien terminó en la cárcel.

El producto del engendro de Obrajes se convirtió en un gigantesco embrollo del cual el país no puede salir y, más bien, crece en forma elefantiásica, salvo el caso de volver a fojas cero, como plantea la ciudadanía para entrar a la normalidad. En una u otra forma, (golpe de Estado, rebelión, levantamiento o lo que se llame), puso fin al gobierno de Evo Morales.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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