La espada en la palabra
Hace poco fue el cumpleaños 85 de un gran intelectual, Mario Vargas Llosa. Conocí a su hijo Álvaro hace unos años, a través de cartas en el correo electrónico, en el momento en que trataba de enviar al escritor un par de reseñas mías que había escrito sobre algunos de sus libros.
Su reciente cumpleaños nos sirve de pretexto para reflexionar sobre los intelectuales de hoy, su labor en el mundo contemporáneo y la calidad de sus ideas. En primer lugar, cabría preguntarnos qué significa hoy ser intelectual. Como otras cosas actualmente, este oficio parecería estar venido a menos desde el momento en que casi cualquier persona, por el hecho de escribir o crear algo, piense que lo es y sus seguidores también lo piensen. Esto es resultado de, como apunta muy bien el cumpleañero en uno de sus libros (La civilización del espectáculo), la cultura de masas y la democratización excesiva —y la consecuente frivolización— de la cultura. Lo cierto es que los politólogos, escritores, filósofos, periodistas, etc., influidos por corrientes posmodernas o, en el peor de los casos, directamente vacíos de conocimientos, están degradando sus actividades hasta el punto de hacerlas parecer ridículas en comparación con las de los intelectuales de hace décadas o siglos.
Mario Vargas Llosa, en este sentido, es de los pocos intelectuales profundos y verdaderamente leídos que aún quedan. Además de ser el último exponente del boom latinoamericano, es uno de los pocos pensadores y escritores serios que siguen en pie de lucha y cuyas ideas —creo y quiero— perdurarán en el tiempo. Esta su profundidad de pensamiento y su calidad de escritura no son casuales; vienen de una formación autodidáctica selecta, con buenos libros. Y de un instinto racional y crítico.
Su columna (Piedra de toque, publicada en el periódico El País) es, contrariamente a lo que sus críticos y detractores dicen, mucho más revolucionaria que la de los autoproclamados revolucionarios y progresistas. Pues en ella marca un punto de vista racional y escéptico con todos los fenómenos que hoy están en la mesa de debate, muchos de ellos fruto de las tendencias progresistas e izquierdistas, tan pegadizas y atractivas para las generaciones jóvenes o los grupos ingenuos. Es la labor principal la del intelectual, pues, mirar con relativa distancia y cabeza fría los hechos que se desenvuelven alrededor, y denostarlos si ellos atentan contra la moral pública, los valores, las leyes, o si, sencillamente, no son realizables en la vida del ser humano.
Sobre su narrativa y su prosa podría decirse mucho más quizá. Sencillamente diré sus novelas tratan de tocar las fibras íntimas de la condición humana, y están lejos de ser ensayos vanguardistas, como lo son muchas de las producciones literarias de hoy. Fiel discípulo de gigantes como Tolstói, Balzac, Flaubert y Víctor Hugo, Vargas Llosa nos sigue dando una literatura de calidad, como nos la dieron aquellas estrellas de la creación. Y aunque en su Civilización del espectáculo se muestre pesimista porque en el mundo de hoy —dice él— ya no se valora en buen arte, el pensamiento profundo o la estética, las obras verdaderamente buenas siempre tendrán público, pues en la modernidad, tan desordenada y superficial como la conocemos hoy, también hay cosas rescatables. Siempre las habrá. Y siempre habrá intelectuales que rescaten de atrás lo que vale y que sientan veneración por los grandes creadores, puntales del arte imperecedero.
Ojalá este autor ya longevo nos siga dando más literatura. Y que sigua escribiendo (como es su deseo íntimo) hasta su último suspiro.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.
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