La cuarentena paralizó la economía en 2020. Detuvo, indudablemente, la producción nacional, provocando la recesión. Tuvo un alto costo para el Estado, pero, particularmente, para la ciudadanía. Sus resultados son, en consecuencia, devastadores para el país, para empresarios, trabajadores y personas de a pie. Hecho que truncó proyectos y frustró esperanzas.
Los primeros bonos sociales, como la Renta Dignidad, Canasta Familiar, Bono Universal y Bono Familia, fueron entregados durante la pandemia, con recursos del erario nacional, en la gestión del ministro de Economía y Finanzas Públicas, José Luis Parada. Luego vendría el último, denominado Bono contra el Hambre, que se efectivizó con créditos del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco Mundial. Esto se hizo posible en la administración del ministro de Economía y Finanzas Públicas, Marcelo Montenegro.
La cuarentena no sólo redujo el ingreso de las empresas, sino que quiso eliminarlas con su rigidez. La prueba está en que muchas de aquéllas cerraron sus actividades. Redujo, asimismo, el ingreso de las personas y de quienes viven al día, promoviendo el comercio informal, cuyo número es el más alto de la región. El coronavirus contribuyó a su crecimiento. En consecuencia, la pobreza se agudizó. Los pobres, o “hijos del enemigo invisible”, que resultaron numerosos, se debaten entre el hambre y la miseria, ante la mirada displicente de quienes medran, en nombre de la Democracia. Nos referimos a las autoridades nacionales, departamentales y distritales, que mantuvieron y mantienen sus haberes sin variación. Sin mostrar solidaridad hacia aquéllos.
De veras que nos agarró en la curva, sin los suficientes recursos económicos. Con las arcas del Estado que tocaban fondo. Con un bloqueo, a nivel nacional, que evitó la circulación del gas medicinal. Que obstruyó la producción nacional. Desconectó el oriente y occidente o las regiones productoras y consumidoras. Ha generado, en síntesis, el desabastecimiento en los centros urbanos. Sus protagonistas no tuvieron el cuidado de dar prioridad a la salud ni la economía. El desempleo, en ese contexto, alcanzó a 153 mil trabajadores, a fines del primer semestre del 2020. Se dijo, asimismo, que las pérdidas, de todos los sectores alcanzarían a 3.000 millones de dólares, al cierre de la gestión anterior.
A raíz de la cuarentena se tuvo que recurrir a la chequera de los ricos de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba, quienes, en número de 110, contribuyeron, en el marco del Impuesto a las Grandes Fortunas, al Tesoro General de la Nación, con un monto de 159,3 millones de bolivianos, al finalizar marzo del año en curso. Dichos fondos serán destinados al sector de salud, educación y otras necesidades que tiene el Estado, según indicaron.
Hemos volcado nuestras esperanzas, para dejar de usar mascarillas, en la vacuna contra el coronavirus, cuya aplicación avanza lentamente. Mientras la “espera desespera”, brasileños de la ciudad de Cáceres cruzan la frontera para vacunarse en San Matías, del territorio boliviano. Pese que el gobierno nacional dispuso el cierre de la frontera con dicho país.
En suma: poseedores y desposeídos, en una fusión de esfuerzos y voluntades, harán posible el milagro de un futuro llevadero para los bolivianos, quienes, Dios mediante, sobreviven a la emergencia sanitaria y crisis económica.
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