Contra viento y marea
Después de constatar que en nuestro país descolonizar significa atentar contra la propiedad pública y privada, destruir monumentos que tienen carácter cultural y que, pese a quien pese, forman parte de la historia que el mundo ha experimentado y no de la que algunos hubiesen querido, o de que con los impuestos mantenemos un insufrible Ministerio de Medio Ambiente y Agua, que hace algunos años dejó a gran parte de esta ciudad sin una gota del vital elemento, no me sorprendería que ante la ineptitud de varios despachos de Estado, el Viceministerio de Descolonización pase a ocupar algún titular en la prensa, para denunciar nuevos brotes de conquista por parte de Francia, que pretende saquear nuestra basura y denunciar ante la comunidad internacional que un súbdito de ese país con sutileza está pretendiendo llevarse nuestras ingentes canteras sin pagar ni un centavo. Ni siquiera me caería de espaldas si la Cancillería denunciara ante el mundo una injerencia, por ese motivo, en asuntos internos del país.
Y, estén o no de acuerdo, ese organismo “descolonizador” no pasa de ser un buen pretexto para acomodar a algunos acólitos del partido de gobierno, pues, que yo sepa, Bolivia nace a su vida independiente como país soberano; la Constitución vigente ratifica la independencia y su libre determinación, por lo que la creación de un organismo tal es pura ideologización del Estado, que en nada aporta al país.
En cuanto a la oficina con rango de Ministerio, ¿alguien supo de alguna política o acción seria o efectiva que haya contribuido de manera significativa a Bolivia? O ¿alguien recuerda alguna medida o política de fondo que prevenga desastres ambientales en el territorio nacional? Yo, solo conozco incendios forestales de dimensiones colosales y extinción de especies animales, enfermedades respiratorias, oculares y alarmantes índices de cáncer por la alta contaminación del aire y de las aguas, por los que el Ministerio del ramo no hizo ni hace algo.
Bien, las posibles reacciones de nuestros organismos del Estado, dichas “ut supra”, pueden ser tomadas como meros sarcasmos, aunque como esto es Bolivia, uno nunca sabe. Pero lo que es cierto, es que a la tremenda ignorancia y falta de conciencia de nuestra gente, se añada un Ministerio de Medio Ambiente y Agua, que tiene que esperar que un joven turista europeo tenga que convocarlo para limpiar el muladar que rodea a algunos sitios turísticos, por los que el Ministerio de Culturas tampoco hace algo.
Tuvo que ser un extranjero --con los que no siempre somos muy buenos anfitriones por los prejuicios que desde los primeros años de educación forman parte del adoctrinamiento--, el que convoque a medio millar de policías y gran cantidad de la población civil para adecentar lugares tan icónicos como el cementerio de trenes de Uyuni o reservorios de agua dulce como el de Uru Uru que casi ha perdido toda capacidad de hospedar a especies piscícolas, limpiando el inmundo paisaje que los custodia.
Es que es inconcebible que alguien haya cruzado el Atlántico para enrostrarnos con acciones la pobreza espiritual que tenemos y la incapacidad de nuestras autoridades para educar, conservar y justificar el título de sitios turísticos, a los que, para pesar nuestro, son los únicos que el altruista muchacho pudo visitar.
No quiero pensar que debemos esperar más visitas del “imperio” para lavar la cara de lugares como Copacabana, Coroico o el área arqueológica de Tiwanaku, por citar algunos. Estamos prestos a querer enjuiciar a turistas a los que les desagradan ciertos lugares, pero por cómo lucen, y ya no sólo a la vista, sino por la amenaza a la salud de los que moran en sus proximidades, o visitan eventualmente. Quién puede condenar el criterio de que realmente son feos.
Pero ¡ojo!, necesitamos de esos visitantes, para convertirlos en verdaderos atractivos que en países cultos serian templos de la escrupulosidad; aunque lo ideal sería evitar que un extranjero venga a enseñarnos lo que es limpieza.
Augusto Vera Riveros, es jurista y escritor.
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