Homar Garcés
Parte II
No resulta suficiente que las mujeres hagan sentir su voz de protesta cada 8 de marzo o cada 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, o cuando se conoce de la violación y la muerte violenta de alguna mujer en cualquier país del mundo.
Sin discriminación y por referirnos al ámbito geográfico más cercano, en la actualidad las mujeres conforman actualmente una de las fuerzas sociales más importantes de nuestra América. Es un hecho comprobado. Sus acciones se han expresado contra la violencia machista, la legalización del aborto y la transformación social; dándole a las mujeres un nivel de participación y protagonismo como nunca antes en la historia. Sin embargo, aún confrontan los patrones de conducta y las prácticas culturales (donde se incluye a la religión, sea cual sea su denominación) que las hacen ver culpables de su propio martirio diario y, hasta, de sus propios asesinatos, reclamándoles --de un modo tácito o sobreentendido-- el papel de subordinadas que debieran seguir. A esto habrá que agregarle la situación de desigualdad y de pobreza en que se halla un considerable porcentaje de mujeres, lo cual hace más difícil la lucha que éstas pudieran llevar a cabo por su emancipación integral, máxime cuando, a solas, son quienes sostienen sus respectivos hogares, con poco o nulo amparo del Estado.
En el caso específico de nuestra América, la lucha feminista la sostiene una gran gama de movimientos de mujeres campesinas, afrodescendientes, indígenas, lesbianas, trans y trabajadoras sexuales, entre otras, ya no únicamente centradas en lograr mayores derechos civiles y una igualdad formal ante la sociedad y el Estado sino que abarca también lo que se ha dado a conocer como perspectiva decolonial y de comunidad que entiende el cuerpo de las mujeres como un territorio en disputa, con criterios de autodeterminación. Simultáneamente, han tenido que lidiar con las maniobras por parte de gobiernos y entidades sociales que buscan cooptarlas y así lograr la despolitización y la desradicalización de sus principales objetivos emancipatorios.
La larga cadena de violencias machistas (incluyendo el acoso callejero y la presión por la que muchas mujeres se ven obligadas a seguir un patrón estético, a fin de encajar en la sociedad o lograr un empleo) debe comprenderse y confrontarse como una cuestión estructural. Ello exige una perspectiva de género.
Los objetivos de lucha de un feminismo realmente revolucionario no podrán separarse de la lucha que encabezarían las mujeres trabajadoras y pobres, sin dejar de mencionarse la lucha por su dignidad y emancipación de las mujeres indígenas y afrodescendientes; para transformarse cada una de ellas en sujetos de su propia historia…
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